Suena bajito, a veces sin sonido, el blues de enero. Transcurre hilvanando días y horas, como si tejiera un pijama de punto demasiado grande, sin forma, que no moldea la silueta, sino solo la envuelve. Confusa. Se respira ese lunes que no se cuando es, del que dicen es el más triste del año. Cuando las luces de la Navidad se apagaron. Los regalos de los reyes, que llegaron mal tallados, repetidos, se descambiaron. El primer día de rebajas pasó sin el bullicio aquel de galerías preciados abriendo el telediario. Los estudiantes arrastran sus maletas, cansados ya de lo que les espera. Los autobuses, suspiran, arrancándose las aburridas tardes de los domingos. En las estaciones se queda, después, una ausencia de muchos, un frío, gris, áspero y denso. Como una manta que pica y que pesa. Un lunes que dura casi un mes. Y que solo se agota para los carnavaleros. Y para los enamorados. Al resto le queda la espera. Cultivar algunos bulbos sobre el alféizar y vigilar cada brote verde para que les hable del color. Del calor. Para que les haga cosquillas esa ilusión pequeñita. Hacerse una cura de desintoxicación, que evite las grasas saturadas, el azúcar, y las noticias, sobre todo las tristes. Estirar por las mañanas. Tomar agua con limón en ayunas. Pasear. Echarse cremas, e incluso, el protector solar, aunque este nublado. Y en ese punto, aspirar, la palabra. Solar. Huele a coco, aunque este libre de perfume y parabenos. El perfume llega, desde el pasado y la sonrisa, al mismo tiempo. Nos hipnotiza su destello. La sal. Como si nos cantara Serrat. Y el azul. Como un Sorolla. Blanco. Tintándolo todo de ligereza. Se mece la ropa tendida, imaginando ser la vela de un barco. Sorprendemos los labios pronunciando Málaga, Cádiz, Valencia, Mallorca, Corfú, Sicilia, el Algarve... Sus nombres espantan la niebla, y el frío, y nos encandilan para dirigirnos, como un girasol. Urge, entonces, releer los libros de viajes de los escritores que antes hicieron sus maletas, sus baúles, dejando atrás la desazón, las convenciones y ataduras, el hastío de lluvia y de si mismos, de dolor de huesos. Urge buscar un rayito templado junto a la ventana, acomodarse los cojines en la espalda, con una copa de jerez, de cognac o un café fuerte que haga chascar la lengua. Y despertar. Y soñar. En voz alta, convocando a los viajeros, convocando al camino, para que nos haga un nido dentro. Hacia la luz.