Toda esta seria de columnas -llamémosla columnata- permite, sin dogmatismos, hacerse una idea cabal del desarrollo, conocido por textos de autores no simpatizantes, de cómo evolucionó, entre los siglos IX y X y en unas circunstancias específicas, la política de una familia de oligarcas regionales. Representantes de un grupo, pero, en absoluto, de sus clientes. Eso no era del momento histórico. Los Yilliquíes defendieron sus intereses de clase -o de grupo, si el concepto de clase incomoda- y se apresuraron a convertirse al islam como modo de preservarlos y aumentarlos frente a un reino godo cada vez más cercano en sus maneras al imperio romano de Oriente. Pero calcularon mal. Difícilmente podían hacer otra cosa habida cuenta de la forma de producirse la conquista. El islam había llegado para quedarse y solo cedió, en 711, por necesidades tácticas. Cincuenta años después, los huidos de la matanza de omeyas se dieron cuenta, aquí, de la importancia de aplicar la política centralista de sus enemigos abbasíes, para no volver a repetir el desastre. Y entonces los aristócratas hispanos -de Hispania- comenzaron a percibir su error de cálculo. Y estallaron los motines y las rebeliones. A base de años y emires su actitud podría considerarse «patriótica» dentro de este ámbito geográfico. Nada más lejos de la realidad. El patriotismo apenas existía en aquellos tiempos.

En el lado contrario, los Omeyas defendían también sus intereses. Sabían perfectamente que estaban incumpliendo los pactos, pero era su supervivencia dinástica o su desaparición. Y todo formaba parte de esos dos procesos denominados de modo general arabización e islamización. Dilatados y de desigual impacto y extensión según las regiones, no solo en la península Ibérica, sino en otras márgenes del Mediterráneo integradas en el área latina y en gran medida cristianas. Una vez sometidos los Yilliquíes fueron tratados con consideración. Los hicieron establecerse en Qurtuba y se les dieron o mantuvieron sus condiciones de vida, alejados de su solar originario. Nunca más protestaron ni se revolvieron. Ambas familias rivales acabarían por pasar a la trastienda de la Historia. Desaparecieron del tiempo. Fin del relato.