Hay temas de los que cuesta conversar, se convierten en tabú. Uno de ellos es la muerte, sobre la que hay quien piensa que es mejor rechazar su abordaje en público, por un pretexto de superstición. No hables de ella, a ver si la vas a llamar, pensarían. Con la proximidad del primero de noviembre, se repite cada año el desfile de miles de personas que, pertrechadas con flores, van a los cementerios para honrar la memoria de quienes ya no están en este mundo. Conozco a gente a la que le da grima ir a esos recintos, al igual que reflexionar sobre el fin de nuestra existencia. No es un tema alegre, ni divertido, ni cómodo. No encaja en el negocio de la felicidad que ha construido el sistema actual, en la conveniencia con una sociedad donde se habla del éxito y se esconde el fracaso, la pena, el dolor… En realidad, si lo pensamos bien, el ser humano nace sin miedo a la muerte, es algo que va adquiriendo conforme cumple años, de ahí la trascendencia de ser conocedores, desde pequeños, de que existe, que nadie está a salvo pero que, a la vez, eso no debe impedirnos vivir. Desde el amargo llanto de Gilgamesh por el fatídico fallecimiento de su amigo Enkidu, en la lejana cultura sumeria, hasta la ‘Divina Comedia’, Jorge Manrique y sus ‘Coplas a la muerte de su padre’ o ‘Hamlet’, entre otras obras, es una constante literaria universal. Con estos referentes y muchos otros, hemos de ser conscientes de que, de algún modo, hablar de la muerte es también una especie de prevención, nos puede servir para planificar cómo hay que actuar, a qué me voy a enfrentar cuando llega la de un ser próximo. Quizá la receta, si es que la hay ante un hecho siempre difícil, podría ser ‘hacer piña’, sentir que no se está pasando el duelo en solitario, ayudar a aprender a quien ha perdido a alguien importante a conectar con sus emociones, respetar los tiempos, así como naturalizar que la vida es un proceso que, como todo, tiene su fin. Estoy convencido de que experimentar de cerca la marcha de una persona cercana ayuda a ser más consciente de la vida, a aprovecharla más y mejor, a alcanzar lo más valioso: vivir con plenitud el presente. La muerte existe y es ineludible, es una de las pocas certezas que tenemos, seguramente la única. La clave se hallará en cómo la afrontamos.