A este paso, con la bandera de Badajoz -la que nunca ha tenido y espera ahora tener- va a ocurrir como con el nombre del futuro municipio integrado por Don Benito y Villanueva de la Serena. Se creó una comisión de expertos y las propuestas que elaboró «con rigor histórico» generaron tales críticas que se tuvieron que guardar en el cajón y buscar otro nombre más acorde con el sentir popular. El problema está en saber quién representa el sentir popular, cómo se consulta y dónde expresa sus verdades. Con razón el anterior alcalde pacense, Francisco Javier Fragoso, dejó la cuestión de la bandera sobre la mesa a la espera de consenso. A saber cómo se mide el consenso, si tiene que ser unánime, por mayoría absoluta, a través de un refererendum o una indagación en las redes sociales. A la vista de que el tema iba a generar polémica, Fragoso pecó de prudente y se marchó sin los deberes hechos.

La elección de una bandera que simbolice a Badajoz puede no ser una prioridad. No es mejor ni peor ciudad porque carezca de una enseña propia. Si en sus cientos de años de existencia no la ha tenido y ha sobrevivido, perfectamente puede mirar al futuro sin un rectángulo color carmesí con un león rampante (que no pasante) sobre columna plateada y unas ondas que representan al río Guadiana. Claro que no es una prioridad. Pero tener bandera tampoco resta energías para seguir trabajando por mejorar el entorno. Badajoz es la única capital de provincia de este país que carece de un símbolo que ondee en la fachada de su ayuntamiento y en actos institucionales. Un símbolo que no nos hará mejores ni peores y que, como otros símbolos, emblemas y logotipos, sirve para identificarnos con el lugar en el que vivimos. Para quien da importancia a estas cuestiones es más sentimental que pragmática.

La unanimidad en la elección es imposible, ni siquiera el apoyo mayoritario, porque no se puede medir o no se han puesto los medios para hacerlo. Lo más sencillo era formar una ‘comisión de expertos’ que analizase distintas opciones y se decantase por la que gozase de más adhesiones. Es lo que el ayuntamiento ha hecho -aunque ha faltado información del proceso- y, como era de prever, el resultado tiene defensores y detractores. No se le puede poner la pega de que carece de rigor histórico por la invención de las ondas del Guadiana. Para quienes no entienden de Vexilología (disciplina que estudia banderas, pendones y estandartes) ni heráldica (la que se dedica a los escudos de armas) quizá la presencia del río sea el elemento que más identifica a Badajoz entre los elegidos. El león rampante y la columna proceden del escudo de Alfonso IX, por lo que su presencia puede ser entendible. En León por cierto están encantados con que en Badajoz nos acordemos de su reino. Que no aparezca la corona original es igualmente aceptable, pues es una reinterpretación, otras ciudades lo han hecho. A partir de ahí, todas las sugerencias son igualmente válidas. Una de las más extendidas es la que se echa en falta una referencia al origen árabe indiscutible de Badajoz, que no surgió en la conquista del rey leonés en 1230 sino que fue fundada por Ibn Marwan en 875, ya puestos a pedir rigor histórico. No era necesaria una media luna, pero sí tal vez la silueta de la torre de Espantaperros, que igualmente representa a la ciudad desde su origen hasta su perfil actual. Propuestas habrá tantas como ocurrencias han proliferado en las redes sociales. Desde las críticas a las pintas del león despeinado, a quien lo sustituye por una valla de las que cortan las calles por obras o por Rafa Pozo rematando a gol.

El debate debe tener los días contados. Sirva la bandera de homenaje póstumo a Manuel Márquez que, como presidente de Amigos de Badajoz, tanto luchó por que su ciudad la tuviese. Desde 1998 llevaba pidiéndola junto a sus compañeros. Súplica a la que se unió la Asociación Cívica, con su presidente José Manuel Bueno, que tampoco podrá conocerla. Ya es hora.