Leo en estos días la reedición del clásico de Jean François Revel, ‘El conocimiento inútil’, que empieza fuerte: «La primera de todas las fuerzas que gobiernan el mundo es la mentira» y se pregunta: «¿Podría ser que la misma abundancia de conocimientos e informaciones despertara el afán de esconderlos más que de emplearlos? ¿Qué el acceso a la verdad generara más resentimiento que satisfacción, la sensación de un peligro más que la de un poder?». Y a propósito de todo esto, continúa esbozando que «la mentira política (instalada en la sobreabundancia informativa) tiende a engañar sobre todo a la opinión pública», que no interesa que esté bien informada algo que, por otra parte, tiene mucho que ver con la abundancia de la que habla Pablo J. Boczkowski en su libro ‘Abundancia. La experiencia de vivir en un mundo pleno de información’, donde concluye que la abundancia genera inestabilidad, fragilizando los vínculos interpersonales y promoviendo una sociedad donde poco preocupan los hechos y mucho las ficciones. De ahí que, asegura el consultor político Gutiérrez-Rubí, se consolide el síndrome FOMO (fear of missingout), el temor a perderse algo y todo ello nos agota y debilita. Los gobiernos y los políticos nos empachan con discursos vacíos y promesas que jamás se cumplen, mensajes que son pura charlatanería y propuestas que el tiempo diluye para dar paso a más propuestas que sustituyen a las otras, o sea, la mentira política. Esa necesidad de tener entretenidos al personal con dimes y diretes, con digos y diegos, con lo uno y lo contrario, para que no podamos fijar el foco en el engaño masivo, en la colonización de la mediocridad, la miseria y el absurdo. Batallas todas ellas que el político desarrolla con increíble destreza y los ciudadanos perdemos con el conformismo de siempre. Del genial cascarrabias Javier Marías, me gustaban más sus artículos que sus novelas y, aún así, creo que una de las mejores fue ‘Mañana en la batalla piensa en mí’ donde, más allá del brutal arranque y de una historia subyugante, encontramos destellos como: «Lo que al suceder no es grosero ni elevado ni gracioso ni triste puede ser triste o gracioso o elevado o grosero al contarse, el mundo depende de sus relatores». Quédense con la última palabra: relatores. Sí, los que definen, dosifican, interpretan y envuelven el relato de cuanto acontece y deciden por nosotros la dieta informativa que hemos de consumir. El shakesperiano Marías, si antes se fijó en Ricardo III, ahora lo hará en Macbeth: «Mis manos son de tu color. Pero me avergonzaría de tener un corazón tan blanco», el corazón de los que, creyéndose puros o al margen, acaban siendo cómplices, por ejemplo, de la gran mentira que nos invade cuando no de la violencia moral con la que nos fustigan.