La actual Extremadura fue un territorio que se mantuvo relativamente libre de incursiones de los principados neogóticos durante los siglos IX y X. Las distancias eran muy grandes y el cruce de los ríos, especialmente del Tormes, del Duero y del Tajo, muy difícil, cuando no existía un puente romano para franquearlos intacto o en condiciones de ser reparado con rapidez. Y había zonas pantanosas muy extensas a medio camino, convertidas hoy en charcas casi secas, y humedales de difícil circunvalación. Y bosques espesos, mucho más de lo ahora visible. Y la aguada era difícil en verano para los hombres. Y, sobre todo, no había poblaciones donde pudieran adquirirse o saquearse bastimentos. Y, después, estaba el impedimento de los recintos amurallados, muy dispersos, y de la falta de calzadas. Salvo lo que quedase de las romanas. Por todos estos motivos el incidente al que aludí en la columna pasada resulta de una especial relevancia histórica.

Recién jurado emir, Abd al-Rahman III (912), en muy difíciles circunstancias para los omeyas de Occidente, el entonces rey de León, el inquieto Ordoño II, se atrevió a organizar una cabalgada en dirección a la cuenca del Guadiana. Las crónicas hablan de un contingente de 30.000 hombres, pero eso es una enorme exageración. Nadie era capaz a esas alturas, y con los recursos de que se disponía, de abastecer en marcha a semejante multitud. La intendencia planteaba por aquellas fechas -y aún por muchos años- problemas irresolubles. Fuese como fuese lo cierto es que el leonés fue capaz de llegar a Évora/Yabura, en el actual territorio portugués. Eso ya era una proeza en sí misma. Véase el mapa y calcúlense los kilómetros y las necesidades pasadas por las tropas norteñas, aunque, por necesidad, no fueran muchas. El factor sorpresa obligaba, además, a ser prudentes y rápidos. Y, por cierto, los yaburíes no habían sido muy diligentes en el cuidado de sus murallas, dejando acumular junto a ellas enormes montones de basura -la ley del mínimo esfuerzo- y los lienzos y torres estaban mal entretenidas para resistir un asedio. Ordoño no se creía lo que estaba viendo. Ordenó a todos sus caballeros echar pie a tierra y con poco esfuerzo tomó la plaza.