La concejalía de Policía Local se ha convertido en una patata caliente con la que nadie quiere quemarse el paladar. En el reparto de delegaciones acordado al inicio de la legislatura entre los partidos que forman el gobierno municipal de coalición, el PP se quedó con este área, que asumió María José Solana, entonces mano derecha del alcalde del PP y portavoz del equipo de gobierno. Mandamás donde las hubiese, la Policía Local fue su desgracia y causa de su defenestración. Su defensa incondicional de las onerosas aspiraciones del superintendente y el polémico acuerdo para la equiparación salarial de todo el colectivo con la Policía Nacional, que levantó en armas al resto de los trabajadores del ayuntamiento, puso punto final a su carrera política local.

Su partido la desautorizó al desdecirse del acuerdo ya firmado y provocó que el alcalde, Ignacio Gragera, de Ciudadanos, la utilizase de chivo expiatorio. El PP se echó para atrás de un día para otro, cuando vio que la plantilla de funcionarios municipales se sublevaba y dejó a su concejala con todo al aire. El alcalde se lavó las manos, dando a entender que se había dejado llevar por Solana y tiró por la calle de enmedio. Nada de reproches al resto de sus socios, para evitar comprometer el acuerdo que lo mantiene en la alcaldía, cuando aún le quedaba casi un año para disfrutarla. Sin juicio previo, penalizó a Solana y le retiró todas sus competencias. Ocurrió en julio. Sin nada que hacer, la concejala popular se vio abocada a renunciar. Lo hizo en agosto. Para entonces su grupo municipal no había decidido aún qué compañero asumiría las delegaciones de la que hasta entonces había sido número dos:Policía Local, Inspección de Aguas y Contrataciones y Compras.

Mucho no peleó el PP cuando Gragera sancionó a Solana. No dio un puño en la mesa ni hubo gritos ni lamentos ni vestiduras rasgadas. Una escueta nota de prensa, unas declaraciones del todavía por ratificar candidato a la alcaldía, Antonio Cavacasillas, y poco más. Sin reproches ni aires destemplados. PP y Cs tan amigos como antes, o más. Como nadie se hacia cargo de la Policía Local, tuvo que asumir esta concejalía el alcalde. No por gusto, pues su interés es que el grupo popular cumpla con el reparto acordado. Dicen los populares que el primero que incumplió fue Gragera al arrebatar a Solana sus delegaciones e insiste en que su única propuesta pasa por que su querida compañera siguiese donde estaba haciendo lo que hacía.

Aquello fue una sanción, la sancionada ya no está y ningún concejal del PP levanta la mano para hacerse cargo de la Policía Local, porque sabe la que se le viene encima. Es el momento de que el candidato demuestre su arrojo. Asumir esta concejalía daría a Cavacasillas la oportunidad de evidenciar su liderazgo. No tuvo tantos remilgos cuando Solana dio un paso al lado y le cedió la portavocía. O cuando Juancho Pérez le regaló Juventud. Todo para que el candidato relumbrase. Pero la Policía Local es un fogonazo. El desencuentro actual es un problema de los gordos y solucionarlo, un reto sin anestesia. Desmarcarse y dejar en manos de otros las complicaciones que a uno compete resolver para evitar salir escaldado, es una irresponsabilidad y una cobardía. El desencuentro con la Policía Local se tiene que solucionar ya. La ciudad está sufriendo sus consecuencias. Se suspenden pruebas deportivas porque no hay agentes suficientes para organizar el tráfico. Se niegan a realizar servicios extraordinarios voluntarios mientras no les paguen los que les deben y exista un acuerdo para subirles el suelo. Todavía quedan tres meses para terminar el año y unas cuantas competiciones que tradicionalmente se organizan en vías urbanas. Gragera mantiene su sonrisa permanente y su confianza en que todo se solucionará, pero pasan las semanas y ni siquiera se han sentado hablar. Sin un interlocutor valiente capaz de echarse hacia adelante al otro lado de la mesa, difícilmente puede haber diálogo. Solo un monólogo a voces.