En ocasiones los actos más frecuentes suelen ser infravalorados, aunque no por ello dejan de ser imprescindibles para la vida. Uno de ellos es comer, que nos sitúa ante una acción que realizamos los seres humanos varias veces al día y sin la cual dejaríamos de existir. La pandemia y la guerra en Ucrania han servido para agravar la crisis alimentaria en números países empobrecidos o en vías de desarrollado, que han visto cómo aumentaba el precio de alimentos básicos o tenían dificultades para disponer de cereales procedentes de estados como Ucrania. El riesgo de más hambrunas en el mundo ha sido advertido por Naciones Unidas en su última asamblea general, en la que uno de los ejes centrales fue la inseguridad alimentaria. España no se libra de esta problemática. El encarecimiento de la cesta de la compra está dificultando a un porcentaje cada vez mayor de hogares un acceso regular a alimentos saludables, asequibles y suficientes. Es lo que podríamos denominar ‘injusticia alimentaria’, con personas infraalimentadas pero también con campesinos expulsados de sus tierras y apartados de su papel de pequeños productores por los intereses de la industria agroalimentaria y ganadera, o con concebir el alimento como una mercancía en lugar de como un derecho fundamental. Hacer posible la justicia alimentaria es viable, si bien el camino es largo y este objetivo, ambicioso. Por tanto, estimo, el gobierno debe trabajar con las distribuidoras el establecimiento de una lista de productos esenciales y saludables rebajados que garantice a las familias, sobre todo a las más vulnerables, un acceso a los alimentos en el actual contexto de inflación. Y sin olvidar otras lógicas en el hecho de comer y de lograr víveres, y que pasan por, entre otras actuaciones, reducir el consumo de carne (por nuestra salud y la del planeta) o promover productos ecológicos y de cercanía, así como apostar por los mercados agroecológicos, las cooperativas (La Osa es un ejemplo, en Madrid), los jardines de autocultivo o los grupos de consumo de venta directa. Tal vez todo sea cuestión de, poco a poco, ir generando un cambio en la narrativa dominante, en la cual se eleve la importancia que posee la producción de alimentos de calidad de manera sostenible, justa y bien distribuida, en estos tiempos de emergencia climática.