Tengo para mí algún comecome sobre el incidente Landero, ya saben, el locuaz atrevimiento de un escritor que, ante un foro repleto de políticos y otras personalidades, fue capaz de denunciar, en voz alta y con el hastío común ya normalizado en los extremeños, la broma pesada a la que nos tienen sometidos desde hace décadas sobre el asunto del tren. El colofón al rapapolvo que todos hacemos nuestro fue llamar canallas a los políticos. Supongo que estaba pensando en todos y, fundamentalmente, en quienes gobiernan, que son los que manejan el dinero público y toman las decisiones. A mí no me sirven las migajas de unos pocos kilómetros o un tren más rápido o la eterna promesa de que este es el principio de la solución o las escurrajas que otros van dejando en la historia de su progreso y, menos aún, el discurso de lo mucho invertido que, en realidad, debe ser poco o muy poco a tenor de la vergüenza de la que parecen no tener vergüenza. Ahora, se han descolgado con una nueva cortina de humo: la autovía entre Cáceres y Badajoz que, recuerdo, primero se negaron a hacerla, hace lustros, y, ahora, vuelven al púlpito para adormecernos con unos kilometrillos que, al paso que irán, todos estaremos muertos o demasiado viejos para conducir cuando llegue la carretera a su destino. Es nuestra triste realidad, que ya no consuela y que solo permite el cabreo y el insulto. Y ahí aparece el comecome: Que se revolucione el personal porque ahora un intelectual diga lo que todos pensamos y llevamos diciendo desde hace décadas, que recule porque lo ha llamado el presidente de la Junta ante la gravedad de su insulto y acusaciones y que, en la reinterpretación de sus palabras, afirme referirse solo a los políticos de Madrid. Pues sí y no, querido Luis, porque la culpa es tanto de los de Madrid como de los de Cáceres y Badajoz y sus provincias que, aquí o allí, con su voto, su aplauso, su asentimiento o su silencio, lo han permitido y, además de ellos, la culpa es nuestra. Sí, nuestra, porque les hemos votado y les seguimos votando y no nos rebelamos ni nos enfadamos ni los echamos ni los corremos a gorrazos, es más, en algunos casos, cuando se trata de los nuestros, incluso los justificamos. Ese es nuestro problema: que son unos canallas, sí, pero porque se lo permitimos. Y he dicho y escrito hasta la saciedad que la culpa y el insulto debe repartirse en función de sus años de gobierno y de su capacidad de decisión, que yo ya llevo mi ración por confiarles mi voto o creer en su palabra o reírle las gracias. Pancracio Celdrán, en “El gran libro de los insultos”, relaciona la voz canalla con el individuo que reniega de los suyos y se une a quienes se levantan en contra de su nación y de su gente, los traidores, según Espronceda, pero, también, con los perros, la jauría, y acude a Covarrubias (1611): “Dixose canalla de can, perro, porque tienen estos la condición de los perros que salen al camino a morder al caminante, y le van ladrando detrás…”. No es de extrañar que hace unos días Creta, un labrador retriever de casi 35 kilos y con un billete de 35 euros pudiera viajar por primera vez de Madrid a Barcelona en AVE. En España, hasta los perros viajan en AVE antes que los extremeños. Los perros y los canallas.