Sobre la cama andan mis nervios desordenados, y mi ropa y los cuadernos y los libros y mis ganas de conocer y el aliento que no encuentro, y que debe estar sepultado bajo la maraña de jerseis, documentos y regalos pequeñitos. En la mesilla, lo imprescindible :el pasaporte, el billete de tren, de avión, los antibióticos, los hijamiatencuidado. Ya pasó el tiempo de romper la hucha con las ganas ahorradas para el mes de agosto. Ya no tacho, con ansia, el mes cuando por fin llega. El mes isla que todo contenía o más bien que todo anhelaba. Julio era una carrera, una muesca en la lista de tareas. La lengua afuera, el pulso acelerado, las expectativas comprimidas en los treinta días de un calendario. Once meses de espera. Y después, volver a empezar. Poner la cuenta a cero. Crear sueños que nacen pospuestos. Ya no. Ahora llega el verano suave, no de repente, sin sobresalto. El cuerpo se va aclimatando. Se alargan las siestas de chicharra y de persianas echadas. Se riega temprano. Y la casa se va quedando en una penumbra acogedora, de pilistras en el zaguán y de zumbido de ventiladores. La fecha de las vacaciones despunta como un ticket, una entrada que, olvidada, emerge de entre las páginas. Un marcador, que no  señala proezas, ni el rayo verde, la selva inabarcable, o el éxtasis reparador de tanta herida…, sino la celebración de lo sencillo: El vaivén de las olas, el único sonido que se repite sin ser manido. A su vera, acude el verso y el bostezo, las lágrimas se caen de sueño y el libro, también, al regazo. La saliva resbala por la comisura. Hasta despertar con el olor a café y a tarde tostada. No saber la hora. Pasear con la propia sombra, que enseguida encaja. Conversar y callarse. Reírse por una tontá. Ojear librerías, demorarse en los puestos del mercado, salir a ver las lágrimas de San Lorenzo y pedir muchos deseos. No resistirse a morder las zanahorias antes de pagarlas y que no importe demasiado si la música en el puerto no suena del todo afinada. Hacer el ridículo trastabillándose con los pasos de swing y cocinar con una copa de vino. Probando. Lentamente. El lujo de entrar en un museo para saludar un solo cuadro. Y salir satisfecho. El próximo miércoles estaré muy lejos y este ‘Cruzando fronteras’ habrá cruzado muchas. Les elegiré una postal bonita y los sellos más curiosos y les escribiré. A ustedes que leen El Periódico o La Crónica, en su cafetería de siempre, en el pueblo, en la playa, o descansando de recorrer caminos. Les contaré de los míos, para andarlos juntos.