Leí con ilusión la noticia de una mejora en la línea de tren que nos comunica con el mundo. Y como mi naturaleza es optimista, el primer día compré no solo un billete, sino tres. Hacia años que no pisaba la estación y me gustó. Me causó sorpresa ver a viajeros que subían y decían adiós y gente que se quedaba, y que salía con las llaves del coche en la mano y el suspiro en los labios. Reencontré los frescos de carabelas que había olvidado. Había una cola larga para comprar. Y aunque me dolía la espalda de la espera, se me hizo llevadera escuchando las consultas sobre cómo llegar a Benidorm, a Barcelona donde le esperaría su hija, las preguntas sobre transbordos y sobre si podrían llevar la sombrilla, el perro o la bicicleta. Solo un joven atendiendo, la mayor parte del tiempo respondiendo «no» a cada pregunta. No, no llega hasta esa ciudad, no, no para en esa estación, no, no se puede llevar el labrador por muy educado que esté …,y pronunciando sin perder la sonrisa y la paciencia intuida tras la mascarilla. Me acordé sin acordarme del todo de un viaje siendo muy chica, a La Antilla, supongo que alguien nos recogería en Huelva, tampoco sé si salimos desde Zafra, pero sé que mi tía Asun estaba a mi lado y que olía a ese frío azul de cuando se madruga. Uno de los planes favoritos con mi hijo es, desde el sofá, recorrer el mundo con un viajero inglés que reproduce los recorridos de una guía de viajes de hace más de dos siglos. Tenemos un amigo, John, que va más allá en esa pasión, y que diseña sus vacaciones allá donde le pueda llevar el vagón. El verano pasado recorrió el país de costa a costa deteniéndose en los lugares donde conservaba amigos y reanudaba su marcha despidiéndolos en el andén y prometiendo volver. Al llegar a Nueva York, llegó a Central Station. Junto al reloj donde su abuelo se citaba con su abuela, las constelaciones titilaban para él, reconociendo su vocación emocionada. Por la pandemia quedó aparcado un sueño adormecido desde la infancia, íbamos a descubrir en el Maharaja´s Express la exuberancia de Mumbai, las cuevas de Ajanta, el lago de Udaipur, los palacios rosados de Jaipur, el Taj Mahal y sus atardeceres lánguidos donde se fotografían los enamorados. Cuántos kilómetros he recorrido leyendo libros que transcurren en trenes, reencuentros, promesas, asesinatos, o la diletante mirada de ver las horas pasar. Esperanza es mi palabra favorita, y solo con ella y el billete subo al vagón. El paisaje, seco, baldío, espera agua, y una oportunidad retrasada, pospuesta, engañada. El reflejo de la ilusión se mueve rápido, cogiendo velocidad, soñando con dejar atrás la espera.