Manuel Pecellín Lancharro, profesor, catedrático, filósofo, académico, escritor, crítico literario, de conocimiento enciclopédico, con un curriculum apabullante, donde destaco, permítaseme la licencia por lo mucho que he aprendido en ellos y por cuánto echo de menos la inagotable sabiduría allí contenida, sus impagables volúmenes de ‘Bibliografía Extremeña’ y uno de los intelectuales más prolíficos y comprometidos con la cultura en la Extremadura de los últimos cincuenta años, nos ha vuelto a regalar una publicación que procede directamente de su capacidad de observación de la realidad y de su ilimitada antología de recursos para pergeñar su pensamiento con un lenguaje exquisito y certero, limpio y veraz. ‘Luces de otoño’, editado por Pigmalión, es la conclusión de lo que su autor ha dado en llamar la Trilogía del coronavirus, con las entregas anteriores de ‘Impresiones y memorias de un setentón recluido’ y ‘Máscaras de invierno’ y que su prologuista Juan Carlos Rodríguez Búrdalo califica como «texto que rezuma verdad histórica y literaria… gracias a la hemeroteca que ofrece la memoria habitada del autor». En ‘Luces de otoño’, el lector conoce y aprende, disfruta y se adentra en el particular universo de Pecellín, lleno de personas y personajes, de crónicas y momentos, de nombres que hacen historia y de historias de nombres, de sucesos y anécdotas, de encuentros y vivencias, de idas y venidas, sazonado todo con referencias geográficas, literarias y costumbristas que nos permiten conocer detalles con su peculiar visión y su descarnado recuerdo. Desde luego, cada texto de este libro es un descubrimiento, por los amigos y maestros a los que admira, por las curiosidades que nos va dejando, por el amor por las tierras, las suyas, de Monesterio, Badajoz y Conil que nos presenta como sus territorios de vida, alma y razón. Y me gustan especialmente la Biografía paterna, Multatuli, péponza, La casa del tiempo, Paco el de la columna, Técnico de lavadoras o Janucá en la carretera, además de críticas de libros que de no haber sido por él igual habrían pasado desapercibidos por este permanente ruido del mundo que a veces nos distrae e impide fijarnos en lo importante y, por supuesto, nombres de los que tanto sabe, personas a las que tanto ha dado y de los que tanto ha aprendido: desde Timoteo Pérez Rubio a Francisco Pedraja pasando por justo Vila, Víctor Guerrero, Ángel Zamoro, Emilio Luis Méndez, José Cercas, el propio prologuista, Antonio Castro, Francisca Gata, Enrique García Fuentes, José Luis Álvarez. Tomás Calvo, Alfonso Pinilla o Ana Carballo (la joven autora frente al intelectual sin fisuras). Y la historia de Emma Lazarus Cardoso (1849-1887), que tiene a bien dedicarme, de sangre sefardí, poetisa, feminista, amiga de Walt Whitman, defensora a ultranza de los derechos de los exiliados y desfavorecidos, de cuidada pluma y autora del soneto ‘El nuevo coloso’ que, en placa de bronce, luce, desde 1903, en la base de la Estatua de la Libertad en Nueva York. Leer a Manuel Pecellín es aprender disfrutando, como tener al lado a un maestro sabio que nunca deja de sorprendernos por la profundidad de sus conocimientos, el sentido común de sus argumentos y la facilidad con la que comparte historias mínimas escritas con mayúsculas.