A quel verano no tenía qué leer y buscaba, hambrienta, en las estanterías del Strand, que dicen es la librería más grande del mundo, algo en español. Hopper siempre me ha atraído como un imán. Sus obras forman parte de mi vida tanto que a veces definimos una actitud o describimos un paisaje, con su nombre. «Ese faro sobre la colina, esa mujer sola en el metro», es tan Hopper… Por eso la portada se presentó ante mi como si hubiera sido colocada allí a propósito. Esperándome. Y cuando alcancé a ver al autor y el titulo todo cuadró. Oates, «Un libro de mártires americanos»: Aborto, persecución a los médicos que lo practican, adolescentes perdidas, mujeres solas, mujeres rotas, mujeres que arrastran las consecuencias de opuestas decisiones, de por vida, no de religión, sino de fanatismo, frustración, violencia. De armas que acaban con la vida y que utilizan los que están en contra del aborto porque acaba con la vida del feto. La lectura puede hacerse desde fuera, como espectador, de una nación que se nos antoja peculiar, y tan diferente a cualquier otra, a la nuestra. O puede leerse entre líneas, adentrando, sabiendo que muchas de las corrientes de pensamiento, los códigos de comportamiento que llegan a Europa, vienen arrastrados por el viento desde allí. La extrema polarización de la sociedad americana, ya nos ha salpicado. Si en lugar de una novela, leemos lo que ha pasado este viernes en Estados Unidos, el escalofrío y el miedo se convierte en real. Es verdad que el Supremo no prohíbe literalmente el aborto, pero deja a los Estados libertad para legislar, es decir, lo hace de facto, retirando la protección que tanto costó conseguir, desde 1973 con la sentencia Roe contra Wade. Y lo hace como si fuera una partida de dominó. Ya están cayendo las fichas, una sobre otra. En ese juego previamente diseñado para obtener precisamente estas «ganancias». Son las consecuencias de la politización de la justicia en grado sumo. El nombramiento de jueces elegidos cuidadosamente, como cartas marcadas de una baraja, como si fueran «representantes electos». La letra de la canción nos habla de tiempos oscuros y de pasado, de vueltas atrás, de peligrosos precedentes. En la sentencia, el ponente pone de manifiesto que «no existe un derecho al aborto porque no figura expresamente en la Constitución». Tampoco existían en el siglo XVIII muchos derechos civiles que hoy disfrutamos, entre ellos, los derechos de la comunidad LGTBI. Es una victoria para los discursos de la ultraderecha religiosa y la evidencia de que se pueden imponer sobre toda la ciudadanía criterios que nacen no de la voluntad del pueblo ejercida a través de su voto, si no de la manipulación interesada de las instituciones. El prestigio del que gozaba la judicatura se basaba en su imparcialidad, y esto, los señala, los cataloga, los mancilla. Es una derrota para la democracia. En estos tiempos inciertos en que la pandemia, la guerra… perfila cada día un nuevo horizonte, cambiante y preocupante, ningún derecho conseguido debería darse por sentado.