Feria. Y verano. Los Santos populares en Portugal. Y el solsticio. Como para no ponerse flamenca. El aire huele a galán de noche y la noche huele a sardinas. Y a la última que mañana tengo que madrugar. Y a bailo lo que se me ponga por delante que el invierno ha sido eterno. A jazmín que arranco al pasar y me lo prendo en el pelo. Y a aspirar con los ojos cerrados para que se llenen los pulmones de alegría. De déjame de fados hoy, que no tengo el cuerpo para saudades. En Campo Maior se celebran verbenas con orquesta, luces en las plazas y bailes agarrados. Me gusta ver a las mujeres bailando entre ellas y reírse sin importarles no seguir el ritmo. También ver a los niños y a las parejas mayores que se quieren como si nada, sin aspavientos, ni selfies, como si fuera fácil la vida, acostumbrados los pasos de uno a los del otro. Badajoz, en San Juan se pone guapo, desde la plaza Alta hasta el Guadiana y mas allá, hasta llegar casi a la frontera, engalanado de farolillos, fuegos artificiales y pinchitos morunos. Qué buena excusa para ver a los amigos, sacar jamón del bueno, poner el vino blanco a enfriar y calzarte los tacones. Descalzarse de madrugada y salir al jardín, a la terraza o asomarse a la ventana, dejando el ruido del ferial lejos, y mirar la luna de Lorca, la luna de los enamorados o la luna más tuya que nunca, solo para ti. Mirarla esa noche como si fueras a estrenar agenda o a soplar las velas de una tarta. Y acordarse de lo malo. Para pedir, como aquella canción de Pimpinela que a toda hora sonaba en la radio cuando íbamos a primero de BUP,»vete, olvida mi nombre, que me conociste y pega la vuelta». En Alicante hacen hogueras para quemar lo que sobra y no queden rescoldos, ni siquiera memoria de la ceniza, solo propósito de comienzo y de enmienda. Poner los aspersores, a falta de lluvia, y mojarse, sin querer escapar, sin temor a que se corra el rímmel, sin saber si quieres reír o llorar, o todo al mismo tiempo, o tomar una ducha fría, fuerte, que apacigüe con escalofríos la decepción, la injusticia, la incomprensión, la soledad, los malentendidos, el miedo, las noches en vela. El cielo se ilumina, estallan palmeras de colores, sube una luz, rauda, blanca, se detiene arriba un instante, como la estrella del Norte, que marca el rumbo. Descienden, derramando deseos pedidos, sobre las ventanas, las azoteas, los jardines, salpicándonos de verano. Y de esperanza.