Las redes sociales y los grupos de Whatsapp cuajaditos de fotos de chicos graduándose. Y de padres felices. Y de palabras de orgullo. Y de enhorabuenas. Y de frases motivadoras que abren camino. Y alas.Y ten cuidado, que nadie te toque y te haga mal, y vuelve, vuelve pronto, mi niño, mi niña, pronunciados para dentro, sin que nadie te oiga. Se levantan, para salir al estrado, cuando los citan y sus apellidos resuenan en la sala y en nosotros, reconociéndonos. Y a la vez su nombre, que nos retrotrae al origen, incluso a antes de nacer, al proyecto, al deseo, al sueño. Las imágenes llegan, como dicen las películas que pasa cuando se tiene un accidente, rápidas, muchas, a bocajarro. El test de embarazo. Los antojos de piña y berenjenas de almagro. Las tardes lentas con las Variaciones Golberg y la voz que traspasaba la piel tirante, intentando explicarles el mundo al que iban a llegar, las maravillas y el amor que les esperaba y que apacigua, instantáneamente, las patadas y los movimientos en el vientre. Las contracciones, el miedo, el dolor, el todo vale la pena, el Dios mío que nazca bien. La Felicidad, con mayúsculas, plena, inabarcable, intensa, definitiva. Te vacías y te llenas. El desgarro. La vida. El amor. Bienvenido, bienvenida a casa. El agotamiento, las primeras enfermedades, la primera separación, la guardería, los pucheros, el colegio, los enamoramientos, las lágrimas, y después, todo tan rápido, tan rápido … vuelves con los aplausos y allí está, una mujer que reconoces, que dicen se parece a ti, pero que es única y mejor, fuerte. Un hombre hecho, bueno, con hambre de descubrir por si mismo. Solo ellos pueden leer en tus labios, «hasta el infinito y más allá». En los discursos, la guerra, la pandemia, la recesión, caen como un golpe bajo, un lastre, un muro casi insalvable. El miedo alienta el sudor bajo las becas de fieltro que les imponen, en las manos que se estrechan sin saber qué vendrá después. El miedo, como las moscas, en estas tardes espesas y calientes, amodorra el aire, que falta y no llega y hay que espantarlo, no darle tregua. A manotazos, a aplausos aún mas fuertes, lo apartan los padres de sus caras, para que respiren, para que inspiren, amplia, profundamente, llenándose los pulmones de esperanza.