El reinado del emir de Córdoba Abd al-Rahman II, en la primera mitad del siglo IX, vio crecer la prosperidad de Al-Ándalus y aumentar la estabilidad económica de la dinastía, pero fue testigo de continuos conflictos. No solo de agresores externos como los incipientes principados neogóticos del norte. También los normandos comenzaron a convertirse en un molesto problema en las costas peninsulares. En una osada expedición lograron apoderarse de Sevilla y saquearla (844). Llegaron navegando por el Guadalquivir. Téngase en cuenta que el Atlántico estaba mucho más cercano a la ciudad que en la actualidad. Pero lo más preocupante para el monarca era la creciente inestabilidad de la extensa región centro-occidental. Tulaytula y Marida no dejaban de alzarse y de poner en tela de juicio la autoridad de los omeyas. Ya me referí a la extraordinaria situación de ambas plazas ya la dificultad técnica de someterlas.

A resultas de una de estas revueltas, Córdoba tomó una decisión mucho más enérgica que las empleadas hasta entonces. Se derribó una parte de la muralla urbana de Marida y la puerta del puente. Esa que había sido el símbolo numismático de la colonia. En ese lugar se edificó un gran recinto casi cuadrado, para acantonar tropas, con un anexo, mucho más pequeño, en la embocadura del cruce del Wadi Ana. Comunicaba con la ciudad, el espacio más grande -alcazaba- y el propio puente. Esta suerte de grifo regulador -lo llamamos ‘propugnaculum’- servía para ayudar a la guarnición a controlar la circulación y evitar alzamientos. Porque, además, conllevaba la disposición, siquiera parcial, del abastecimiento de agua. Ocurrió en 835. No sabemos el nombre del arquitecto de ese conjunto. Acaso fuese el mismo sirio Abd Allah b. Sinan, responsable años después de hacer lo propio en Ishbilia, después de aplastar a los normandos. Hay argumentos arqueológicos que permiten justificarlo, enlazando determinadas formas constructivas del monumento maridí con otras muy características del sur de Siria, de la región del Haurán. La presencia de sirios, relacionados con los clanes llegados acompañando a Abd al-Rahman I, fue una constante. También parece haberlo sido el autor de la primera aljama cordobesa.