La otra noche, jueves por más señas, casi a punto de extinguirse la jornada, el adictivo ejercicio del zapeo (zapping para los no ilustrados) me llevó a Comando Actualidad, un programa de la 1 de TVE que, en esta ocasión, bajo el título ‘En la frontera’, situaba a los espectadores en la línea que separa Polonia de Ucrania, en la tragedia, dolor y sufrimiento de, principalmente, mujeres y niños que han huido de su casa ante la invasión de un país que, obviando todas las leyes internacionales, toda moral y todo tipo de sanciones, quiere imponer su fuerza, su voluntad y su historia sobre una población que no hace más que defenderse como puede y observar cómo todo lo que era sólido en sus vidas se diluye con el paso de los días y bajo la maquinaria de guerra rusa. Vimos chicas adolescentes llorando por quedarse sin futuro, madres llorando por sus maridos e hijos que dejaban atrás bajo las bombas, niños llorando y sobreviviendo a la barbarie sin saber aún qué será de ellos, familias rotas, familias que no saben si podrán volver, si tendrán casa a la que volver, si habrá ciudad donde regresar. Vimos, también, a un ejército de voluntarios españoles desviviéndose por ayudar a toda esa gente. Casi tres meses después, el mundo comienza a asimilar la invasión, las medidas contra Rusia apenas sirven para nada, un puñado de asilvestrados justificando lo injustificable y la comunidad internacional, nuevamente, impotente y carente de soluciones. Vivimos tiempos de incertidumbre, un estado permanente de malas noticias donde nos hemos acostumbrado de tal manera a la ruina emocional que nos refugiamos en el pan y circo, en el turismo de tragedia y en el espectáculo más insulso con tal de mantener nuestra atención distraída. Los estudios de audiencia indican que ese programa fue visto por 541.000 personas, algo por debajo de los 956.000 espectadores que vieron First Dates, un curioso programa que radiografía una sociedad española con gente que sitúa Cádiz en la provincia de Orense, a los Reyes Católicos poco antes de la República y nos explica desde qué es un sapiosexual al descacharrante itinerario del cocodrilo, en perspectiva sexual, se entiende. No es que quiera añadir más pesimismo a nuestra desdicha existencial, pero, entre las cortinas de humo que fabrican los gobiernos, las homilías hueras de una buena parte de los políticos y una panda de charlatanes que colonizan algunos medios de comunicación, además del habitual y pobre espectáculo de la televisión, cada vez hay menos razones para creer en un futuro mejor, con mentes más críticas y menos catetismo ilustrado, con gente más sensata y menos instalada en la impostura pseudointelectual. Ese mismo día, la gente siguió mirando para otra lado, acostumbrándose a la desgracia ajena que cuando sea propia ya veremos y haciendo del entretenimiento su zona de confort (un concurso como Pasapalabra se llevó casi tres millones y medio de espectadores) y del chinchorreo insulso su vía de escape (Sálvame cosechó algo más del millón de espectadores). Está claro que el dolor no vende, que la guerra está demasiado lejos, que unas mujeres, sean adolescentes o abuelas, nos importan un pimiento y que Putin puede seguir haciendo de las suyas porque, incluso, convivimos con gente que alienta o excusa sus desmanes. Eso sí, continuando con el zapeo, en otro canal vecino teníamos a un puñado de mandriles en una playa, pagados, jugando a pasar hambre. A ellos, los siguieron más de dos millones de personas. Quitaron a los animales de los circos, pero no tengo claro si ahora se han instalado en nuestras televisiones.