La Crónica de Badajoz

La Crónica de Badajoz

Rosalía Perera Gutiérrez

FRONTERAS

Rosalía Perera

Hambre

Aunque se haya bautizado a Badajoz como el reino de los desayunos, porque se coman los mejores churros, las mejores tostadas y las mejores migas, y quien haya pasado por la ciudad, de fe de que eso es cierto, a mí, los fines se semana, me gusta desayunar en casa. No tengo prisa y sí, muchas ganas de charlar o , solo, de dejar pasar el tiempo, de leer los periódicos y de disfrutar. Es lo que los americanos llaman ‘brunch’ y que aquí es desayunar tarde o juntar el desayuno con la comida. Antes, me ponía en Radio 3 ‘Mundo Babel’, pero, desde que han dejado la emisora tiritando, recurro a Alexa para que me haga tararear coplas, Celia Cruz o la última María Jiménez, que le pega mucho a trajinar por las mañanas. El saquito color plata de Delta lo guardo en el frigorífico, cerrado con una pinza de la ropa. Lo muelo y perfuma la cocina, hasta los dormitorios, para hacer cosquillas a los que aun remolonean en la cama. No me gusta eso del tomate restregado. Prefiero comerme el tomate sin miserias, con toda su carne fresca. Los pelo y los trituro eligiendo los más maduros, con buen aceite y una pizca de sal gruesa. A veces hago un bizcocho, sencillo, para la merienda y no me resisto a sacar la mitad. Si me acuerdo, compro requesón que hay a quien le gusta con Miel o dulce de membrillo, o espolvoreado con pimentón. Registro el frutero y , en temporada, recurro a mis naranjos, para hacer una macedonia con unas ramas de hierbabuena. Cuando hay aguacates, que últimamente están carísimos, los mezclo con un poquito de cebolleta picada, un puñado de alcaparras, un chorrito de aceite, limón, semillas de sésamo espolvoreadas, pimienta y unas lascas de sal. Coloco en las bandejas, para llevarlas al jardín, la aceitera, tazas, platos, cubiertos, servilletas, vasos y la jarra de agua fresquita. Mantequilla y las mermeladas que queden de las que hice el ultimo verano, de tomate, de higos… Mientras se tuesta el pan y termina la cafetera, hago ovos mexidos como me ha enseñado Luisa, que además me los trae del campo. Para que queden perfectos solo hace falta hablarles con cariño, en portugués, lentamente, con un pellizco de paciencia. Extiendo el mantel y cambio la música. Con más volumen para que, los que aún dormían, vayan apareciendo. Ver sus caras, fe hambre, relamiéndose, antes de haber probado bocado, merece cualquier esfuerzo. Hasta que llegan, o, si estoy sola, me siento, cierro los ojos un instante, aspirando, con el café entre las manos. Saboreando las benditas pausas que nos regala la vida, sonrío.

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