No son un equipo de gobierno compacto. Nunca lo ha sido ni lo será y ya ni siquiera lo disimulan. PP, Cs y Vox se unieron al inicio de la actual legislatura para hacerse con el gobierno del Ayuntamiento de Badajoz y cada uno miraba su propio interés. El PP se quedó muy lejos de la mayoría y no iba a permitir que el PSOE gobernase, a costa de lo que fuese. A costa de dejar en la cuneta a mitad de mandato a su cabeza de lista, Francisco Javier Fragoso. Ciudadanos era el que más ganaba. Con solo 4 concejales de 27, no solo iba a disfrutar de su parcelita de poder en el gobierno de coalición sino que ocuparía la alcaldía los dos últimos años, que es la etapa más lisonjera, pues es la que enlaza con las elecciones municipales y permite a su candidato promocionarse como representante de la ciudad. Vox no se había visto en otra igual. Con un único concejal era la llave de gobierno, lo que le permitió poner sus condiciones, sin disimulos: tres mantenidos en el ayuntamiento, el concejal y dos supuestos asesores, disidentes del PP que no tenían otro lugar donde caerse vivos. Le salieron mal los cálculos a Vox porque su concejal, Alejandro Vélez, resultó ser un candidato díscolo y se marchó cuando lo estaban echando.

Los tres socios del gobierno de coalición, con diferentes razones y aspiraciones, salían ganando -a su parecer- con este acuerdo. Transcurrió la primera mitad de la legislatura con sus más y sus menos. Llegó el momento de traspasar el bastón de mando a Cs y el partido naranja está estrujando al máximo la relevancia que el cargo concede.

La ocasión la pintan calva, aun siendo por los pelos. Es ahora más que nunca, en esta segunda etapa, cuando se evidencia la falta de unión entre las tres facciones que conforman el equipo de gobierno municipal. Eso a pesar de que todos sus componentes son grandes maestros del disimulo en los actos públicos. Todos menos Vélez, que ya no se calla ni en los plenos, cuando tiene que votar en contra o criticar iniciativas de sus socios. Pensándolo bien no es el único. Es en los plenos donde más se visualiza la distancia entre los tres partidos, porque tampoco la portavoz popular, María José Solana, disimula cuando tiene que criticar al alcalde, Ignacio Gragera. La falta de lealtad entre hermanos se ha hecho más evidente las últimas semanas. Será porque no lo son de sangre y se les da mejor hacer el primo.

Dice la oposición municipal que si todavía no se ha presentado el presupuesto municipal para el año en curso es porque los socios no acaban de ponerse de acuerdo y están tensando la cuerda. Ya están tardando en aprobarlos. El alcalde no hace más que poner excusas y cuando la prensa le pregunta, su respuesta es la de Aznar: «Estamos trabajando en ello». La semana pasada fue la última. Volvió a insistir en que su intención es consensuarlos con la oposición antes de llevarlos a pleno. El PP marca su propio ritmo y un día después de que Gragera volviese a pronunciar estas palabras, un concejal popular adelantó sin venir a cuento parte del contenido de los presupuestos, parece ser que sin encomendarse a nadie y sin respetar que sea el alcalde quien los presente. Día después otro concejal naranja ofreció datos distintos. Menudo descontrol.

Cs y PP están marcando territorio con toda la artillería a su disposición. La suya y la ajena. En esta lucha el partido naranja tiene las de ganar, porque ostenta la alcaldía, por mucho que los populares sean mayoritarios en este heterogéneo ejército. Como tienen el bastón por el mango, los de Cs se aprovechan y, en cuanto pueden, dejan de lado a los del PP al presentar proyectos que atañen a áreas cuyas concejalías no ostentan. Ellos se lo guisan y ellos se lo comen. Queda poco más de un año para las elecciones y Ciudadanos, con sus fuerzas mermadas en la contienda nacional, ha sacado a las calles de Badajoz todo el arsenal municipal que el PP puso a su disposición sin calcular entonces las consecuencias del ataque. Ahora es tarde para detenerlo.