El MOMA es una experiencia que te deja sin palabras. Todo en su interior es una sucesión de puñetazos en el estómago y pellizcos en el alma. Un universo donde conviven lo extraordinario con la sencillez, lo original con lo cotidiano y lo humano con lo divino. Es un lugar donde no habitan los tópicos sino las creaciones imposibles, donde no germinan las palabras comunes sino las emociones despertado cada uno de los sentidos, donde se iluminan los rincones más oscuros para alumbrar los más preciosos descubrimientos. Ir allí es como repetir una vez más, aunque nunca hayas traspasado sus puertas, porque siempre empiezas de nuevo en la experiencia que renace. Sus imágenes son poesía y su literatura es un lienzo cargado de milagrosa espontaneidad. Ubicado en una de las esquinas de nuestro mundo, frente al paraíso de nuestros recuerdos revividos en mil sueños, sobresale en la ciudad como templo de la estética al servicio del arte y del arte en las manos de los creadores más atrevidos y universales. El MOMA es el destino del viajero de larga distancia, el oasis para el caminante en un desierto de banalidad y fuego, el puerto donde recalan nuestras más encomiables apetencias. Es la quintaesencia de las bellas artes y el punto de encuentro de cuanto hemos descubierto en los libros, en la escuela y en la cultura del mundo que nos alimenta. De la Noche estrellada de Van Gogh a Los nenúfares de Monet, de la gasolinera de Hooper a Los amantes de Magritte, Pollock, Lichtenstein, Warhol, Matisse, Frida Kahlo o de Chirico y nuestros Dalí, Picasso y Miró, incluso los códigos fuente de dos videojuegos estrella de los ochenta como fueron Pac-Man y Tetris, el MOMA es el refugio para los que aman el arte -la escultura, la fotografía y el cine también encuentran allí su sitio- y, por supuesto, la gastronomía, ahora que está de moda comer en los museos de Nueva York, donde el MOMA ofrece, también, excelencias a la altura de las estrellas. Todo esto viene a colación porque en el inigualable espacio del Edificio Siglo XXI se abrió esta semana MOMA Experience que, seguramente, satisfará las necesidades culinarias y sociales de nuestra vanguardista Badajoz. Pero, dos sensaciones me angustian desde su apertura. Habiendo comido y alternado con personas que caminaron sobre la luna, estrellas del Hollywood clásico y algún premio Nobel de literatura, más una cohorte de celebridades del rock satánico, el cine patrio o la política internacional me doy de bruces con algo relacionado con la edad que me doblega sin tregua: ya nadie me conoce y, viendo las fotos de los asistentes a la inauguración, tampoco conozco, prácticamente, a nadie. Nada que ver cuando abrieron, allá por el Antiguo Testamento, los cines Puente Real, El Corte Inglés, el Casino o el McDonald’s de la avenida de Elvas. Entonces, te invitaban y te hartabas a hamburguesas; ahora, te enteras por la prensa. Esperemos que la carta esté a la altura de la prometida experiencia.