En el Colegio Oficial de Médicos de Badajoz había un pacto de silencio. La directiva decidió que nadie diría nada sobre los graves sucesos en los que se ha visto inmersa la institución porque un empleado de confianza, que llevaba tres décadas vinculado laboralmente a la entidad, ha sido denunciado por cuatro compañeras por abuso sexual, acoso y amenazas. Que a nadie se le ocurra hablar. Silencio. Así se acordó para no incrementar el ruido mediático en torno al caso y no victimizar más a las afectadas, que el colegio pretendía proteger manteniendo la boca cerrada. Silencio.

Las víctimas acudieron a la Policía Nacional el 27 y el 28 de enero. Esa misma tarde fue detenido el oficial mayor del colegio y, al día siguiente, pasó a disposición del juez, que lo puso en libertad con cargos. Era 29 de enero, sábado. El lunes 31 fue convocado el pleno extraordinario de la directiva del colegio, cuando ya el escándalo había trascendido a la opinión pública. De aquella reunión maratoniana, que se prolongó más de 6 horas, resultó la decisión del despido fulminante del presunto abusador y un escueto comunicado nocturno en el que se explicaba que desde que el colegio tuvo conocimiento de los hechos se apartó a este empleado de su puesto como medida cautelar y se nombró una comisión de investigación. Según se ha sabido después, fue el 4 de enero cuando todo saltó por los aires. Saltó porque el propio presidente, Pedro Hidalgo, preguntó qué estaba pasando al detectar mal ambiente de trabajo. Fue el detonante para que alguien se decidiese a hablar y romper el silencio tras largos meses de angustia, de la que han sido víctimas todas las mujeres que trabajan en esta institución. Todas. Silencio. El presunto abuso iba acompañado de presuntas amenazas. Silencio por miedo a no ser creídas, por temor a represalias. Es atrevido ponerse en la cabeza, en el corazón y en la piel de las víctimas. No se les puede culpar por no hablar antes. Un silencio pesado como una losa hasta que una de ellas decidió romperlo.

Las palabras escritas de aquel escueto comunicado fueron las únicas que salieron del colegio. Nadie hablaba. Ni para decir que no iban a hablar. Pedro Hidalgo no es de los que dudan en salir en los medios de comunicación para valorar cualquier problema que ataña a la profesión médica. Siempre solícito a expresar su opinión. La junta directiva había decidido que lo adecuado era guardar silencio. Si lo hicieron para proteger a las víctimas, se interpretó que era para proteger a la institución. Hasta la Junta de Extremadura criticó este silencio. Y los medios de comunicación. No así ningún otro estamento ni partidos políticos ni asociaciones. Qué extraño tanto silencio. Hasta que el colegio se dio por aludido, porque tanto callar se había vuelto en su contra.

Nueve días después de aquel escueto comunicado, Hidalgo convocó una rueda de prensa para defender que han actuando con diligencia ante estos graves hechos y justificó por qué habían decidido guardar silencio. Silencio. Como en una larga letanía, verso a verso, el presidente del colegio fue desglosando las razones. Quería responder a los reproches. Ahora ya sí, no para defenderse, según dijo, sino «para aclarar algunos términos». Se acabó el silencio. «Silencio no es cobardía, es respeto, a las víctimas, a su intimidad y la de su familia». Silencio «para evitar publicidad y el señalamiento público». Silencio por confidencialidad. «Silencio no era cobardía». Si nada tenían que ocultar, ¿por qué tardaron tantos días en romper el silencio?. El respeto a las víctimas seguía en vigor cuando Hidalgo habló de todo lo que pudo y quiso. ¿Por qué antes no? Silencio para proteger a la institución, no así al presunto, que lo es hasta que el juez diga lo contrario, y cuya identidad se ha vapuleado sin pensar en su familia o en aquellos a quienes lo ocurrido ha cogido por sorpresa y les causa gran dolor, que también merecen la protección del silencio.