Hay un run run por toda la ciudad. En las panaderías y fruterías, en la puerta de los colegios, en la salida de las iglesias, esperando el autobús, mientras aguardamos a que arreglen el tren que otra vez se ha estropeado, en la consulta del médico o en la tertulia del bar, no se habla de otra cosa. Desde Suerte de Saavedra hasta el Gurugú, desde Las Vaguadas hasta el Casco Antiguo, en Valdepasillas o Santa Marina, San Roque o San Fernando, Pardaleras o Cerro Gordo, hay un sinvivir en el ambiente, un nudo en el estómago, un ansia viva en el entorno. No importa nada más en Badajoz. El incierto futuro de nuestro club de fútbol, que este año no podamos entrar en el árbol de Navidad, el cierre perimetral de San Andrés, las obras en Alféreces, el asfaltado, los andamios que bien podían haberse puesto en verano, en fin, que a la vuelta de la esquina siempre hay alguien que te pregunta, por la calle del Obispo o en San Francisco, en cualquier evento que se celebre, uno que te para y requiere de tu atención para sacarlo del apuro. Es una atmósfera desconocida en Badajoz, tóxica y vitamínica, prudente y arriesgada, de ingravidez inocua, de oxigenación alterada, de tensión arterial contenida, de gastroenteritis precipitada, de jaqueca y melancolía a partes iguales, de expectación como si de un circo se tratara, sin animales, pero con payasos y malabaristas, que también aportan al espectáculo. Y los trapecistas, que dan su juego. No hay palabras para explicarlo, que consuelen o acierten o completen a quienes indagan. Es como cuando hay un Pleno municipal: la vida se detiene, la atención máxima, todo el mundo pendiente. Y yo hoy estoy dispuesto a darlo todo, a no callarme nada, a desvelar el secreto, a ofrecer mi análisis, sin matices, sin prejuicios, sin andarme por las ramas. Todo el mundo quiere saber quién es el candidato. El problema es que todo el mundo igual es un pequeño mundo, demasiado pequeño, tan pequeño que no quepa el comentario porque, claro, de qué candidato hablamos si a un año y medio de las municipales tengo la sensación de que, como siempre, a la mayoría, a los que no están en el ajo, en el terreno de juego, todo esto les importa un rábano. Me voy a mojar: prefiero a Robert Redford (1972) que, pensando en su derrota, se atreve a decir lo que piensa y a prometer lo que no debe y va y gana y ahí si que empieza el problema. Dicen que a Trump le pasó algo parecido. Lo de Jackman (2018) haciendo de Gary Hart es lo de siempre, periodismo y política en complicadas escenas de cama (léase con doble sentido, porque de ambas cosas hubo). En Argentina, presentan a uno (1959) que tiene que elegir entre dignidad o deshonra, nada nuevo bajo el sol; en Perú, el candidato (2016) es más convencional y no está nada mal explicado lo que ocurre con el uruguayo Martin Marchand (2016) que, en la construcción del candidato, siempre hay mucho de ambición y vacío ideológico. Porque hablamos de cine, ¿no?