Pongo punto y final a la narración, en absoluto nostálgica. Más bien cronística. Las excavaciones de fines de los setenta y comienzo de los ochenta, del siglo XX, en la Alcazaba de Badajoz representaron la primera intervención científica, desde la Arqueología, en el sitio. Con sus aciertos y errores, que no fueron pocos, si bien, algunos, solo algunos, pueden ser achacados a las circunstancias. Nada que ver con lo ocurrido después, cuando los trabajos se gestionaron, en mala hora, mediante seguimiento de proyectos de rehabilitación. Allí entraron ya los intereses de empresas -¡y de consejerías!-, la política cultural local –dirigida en Badajoz por torpes- y las zancadillas administrativas. Pero eso es otra historia, mucho menos gloriosa. Con la perspectiva de los años, el conocimiento del pasado de la ciudad, de los procesos de aculturación, de la morfología y tipología de las fortificaciones islámicas y de las producciones industriales –cerámicas- de los siglos XI al XIII, dieron un paso de gigante. A pesar de no ser cuestiones tan del dominio público. Y, por cierto, apareció súbitamente la arqueología contemporánea, con el hallazgo de la fosa común con soldados de la Guerra de la Independencia. 

Luego florecieron los eruditos a la violeta, explicando lo que nosotros descubrimos y ellos conocían desde antiguo.

Déjenme rematar, como colofón, aludiendo a tres personas claves, lo afirmo con énfasis, en el logro de los trabajos. A alguno ya lo mencioné. Manuel Terrón Albarrán, el inspirador y alentador de todo. Sabía de lo que hablaba, a veces con vehemencia. María Dolores Gómez-Tejedor Cánovas, por su buena voluntad y sus muchos detalles con todos nosotros. Francisco Pedraja Muñoz. Sin él no habría habido nada. Amable, paciente, defensor a ultranza de nuestras investigaciones y máximo abogado ante las administraciones. Y recuerdo, como no, a don Jesús Cánovas Pessini, el vínculo con Leopoldo Torres y Félix Hernández. Y a Iluminada, responsable por nada, de la vigilancia del Museo. La bondad y la sencillez personificadas. Del Museo Arqueológico y de su actitud, siempre necesaria dada su imbricación con el yacimiento, hablaré otro día que no sea fiesta. Escribo desde Madrid.