El alcalde de Badajoz, Ignacio Gragera, acusaba hace unos días al Gobierno central de falta de respeto a los pacenses por el retraso de proyectos largamente anunciados y que no tienen traducción en los próximos Presupuestos Generales del Estado. A Gragera, estas ausencias le provocan «pena e indignación» y hablaba incluso de pasar a la acción para reclamar lo que a la ciudad y a la provincia les corresponde.

Ningún gobierno, ni el central ni el regional y menos aún el municipal están libres de pecado. Año tras año, por estas mismas fechas, asistimos a un proceso que no varía: el Gobierno central y el regional presentan sus presupuestos, los autores los ensalzan como los mejores posibles, cargados de inversiones y buenas intenciones y la oposición los tacha de insuficientes e irreales. Cada proyecto presupuestario tiene tantas lecturas como partidas en cada uno de sus infinitos capítulos. Es una frase hecha pero cargada de verdad: el papel lo aguanta todo y el de los presupuestos parece de estraza.

La presidenta del Tribunal Superior de Justicia de Extremadura, María Félix Tena, lo dijo claramente cuando le preguntaron por las inversiones previstas por su ministerio en la región. Resumidamente señaló que están bien pero que lo importante es que se ejecuten. De qué vale que año tras año en los cuadrantes de inversiones plurianuales aparezca una partida para el desdoblamiento de la carretera de Sevilla, para terminar el Palacio de Justicia de Badajoz o para urbanizar el final de la avenida Ricardo Carapeto, si estas actuaciones se van alargando en el tiempo y no se materializan de un ejercicio para otro. Así es, sin pudor alguno.

Como tampoco lo tiene el nuevo alcalde, al reprochar a otras administraciones que no tengan en cuenta a Badajoz en sus presupuestos, cuando el ayuntamiento no tiene ni siquiera un presupuesto propio para el presente año. Mira que Gragera insistió en que habría presupuesto municipal en 2021 y casi parafraseando a José María Aznar en mejicano recalcaba aquello de «estamos trabajando en ello».

No debieron trabajar mucho porque la última vez que lo aseguró fue en agosto cuando la prensa volvió a preguntarle por enésima vez cómo iban las previsiones e insistió en que, como ya había dicho, en septiembre habría nuevo presupuesto municipal. Ya lo había dicho pero del dicho al hecho va un trecho. Mira por dónde, exiliado en el olvido el mes de septiembre, Gragera confirma ahora que para este año no podrá haber presupuesto, que no les ha dado tiempo, que los servicios municipales han estado muy ocupados en preparar los proyectos para las convocatorias de los fondos de recuperación y que no daban abasto, por lo que han pensado que mejor se ponen con los de 2022. Desde luego es lo más lógico. De 2022 son los presupuestos que están tramitando el Gobierno central y la Junta, no los del año en curso, que está a punto de expirar. Pero que no nos vengan con cuentos. Si para otros asuntos, como la elaboración de ordenanzas, el ayuntamiento contrata a empresas externas, bien podía haber previsto una solución a esta deficiencia. Porque es una deficiencia el retraso que año tras año acumula el Ayuntamiento de Badajoz en la elaboración de sus presupuestos. Lejos quedan los tiempos del concejal Nicasio Monterde, tan puntilloso con los plazos. Un presupuesto es la traducción de la política de un gobierno y, sin estas cuentas, no se pueden conocer las intenciones de quien toma las decisiones. Si la previsión es importante, más lo es la ejecución. El ayuntamiento pacense tampoco es modélico en plazos cumplidos. La lista de retrasos es prolija. Nada sabemos del traslado de servicios municipales al convento franciscano de San Juan ni del pabellón de gimnasia de Valdepasillas, o el aparcamiento subterráneo, ni de la rehabilitación del San Pedro de Alcántara ni de los aseos en los parques del río. Empezar y no parar. Más faltas de respeto.