Monhegan tiene sólo una tienda de víveres que también vende sopa y café caliente . Dos ferrys al día le comunican con el mundo. Solo hay un hotel que cierra en invierno; cuando las olas no son algo relajante que acuna, y se convierten en amenaza. Su sonido aúlla aliado con el viento. Y da miedo. La tribu de los Algonquin le pusieron su nombre que significa «hacia el alta mar». 44 grados de latitud norte. 2 kilómetros cuadrados de tierra firme. No tiene coches, ni carreteras, solo senderos y silencio, roto apenas por las gaviotas, los albatros, los mástiles de los veleros y la grava crujiendo al paso de algún caminante. Hasta 1984 no tenía electricidad. Hoy tiene sesenta habitantes, artistas y pescadores de langosta, un entrañable museo, y unos acantilados encandilados, con ellos mismos.

Hace tiempo, flaneando en coche por la costa de Maine, encontré un faro sobre una colina mirando a Portugal. Ante su linterna se recortaba la silueta de dos jóvenes de pelo rojo y faldas escocesas, dándose el sí quiero. Enfrente, un retazo verde sobre el océano, la isla de los artistas. Como una niña chica ante un helado, desde entonces no deje de repetir, quiero ir, quiero ir. Leí que desde el 19 se convirtió en un refugio para pintores que llegaban con su caballete a las rocas, escarpadas, a casi cincuenta metros sobre el mar. Más tarde, Edward Hopper, los Wyeth y otros, dibujaron su luz atlántica y las mecedoras blancas balanceándose al sol del verano. En el porche de madera del Monhegan House cabecea la vida, despacio, remolonean las horas como la focas en la playa. Y al poco, refresca, huele a leña y a estofado, dentro, y alguien saca una manta para cubrir las rodillas, y otro dormita y pierde la pagina por donde iba su libro. Los frailecillos miran, de perfil, el resoplar de las ballenas a lo lejos. El ultimo fin de semana del verano, con las hojas de los árboles ya anaranjadas, salió desde Port Clyde mi barco. Las ganas de aventura me empaparon la cara, la ropa, los zapatos. La cubierta arrasada de mar. Los labios, durante todo el día supieron a sal, y los ojos, a su belleza. Ya para siempre.