Nuestro pequeño mundo de miserias no deja de sorprendernos. La ética de la contradicción y la estética del disimulo y el disparate. La filosofía entra en política con la fuerza del toro bravo al que solo deseamos alejar de la plaza pero que lo alentamos en la esfera pública. Fernández Vara, presidente de Extremadura por los votos, que quede claro (por repartir culpas y responsabilidades), gran persona y buena gente, nada que decir al respecto, además de forense de profesión, rige nuestros destinos como pueblo arrinconado, olvidado y pisoteado.

Más de 40 años desde la muerte del dictador nos contemplan y todo ha cambiado para que todo siga igual: una tercera provincia (la emigración) que no volverá, el campo que sobrevive gracias a Europa, ausencia de industrialización, desempleo, jóvenes que se marchan, pobreza sistémica, comunicaciones inexistentes, familias en renta básica, sueldos por los suelos, palabrería y proyectos que nunca llegan, como los trenes, y una resignación enfermiza que más de los que pensamos prefieren eternizar. Ahora, convertido en filósofo, nos ha regalado tres momentazos: sobre los presupuestos del Estado, «permiten mirar el futuro con esperanza», sobre el foro de la España vaciada propuesta por el presidente gallego, que no le usen para frentismos y, la perla, hedonismo en estado puro: «Lo importante en la vida es comer, dormir y hacer el amor». Los estoicos pensaban que el sabio es el que participa en política (aunque Séneca era asesor de Nerón y ya sabemos cómo terminó la cosa), pero rechazaban el exceso y la necesidad de poseer (ya empezamos a molestar) y los epicúreos, apostaban por la serenidad del alma y consideraban que a la felicidad se llegaba alejándose, ¡vaya por Dios!, de la política. No sabemos si el hedonismo de Fernández Vara procede de los cirenaicos (los placeres corporales), epicúreos (placeres del alma, aplicados con moderación y sentido común) o estoicos (desafiando a los impulsos, no hay que buscar el placer sino la capacidad de obrar racionalmente). Mi amigo Borja me recuerda a Rush Cole (’True detective’) y Jep Gambardella (’Sorrentino’ y ‘La gran belleza’) como los filósofos contemporáneos. El primero: «La raza humana se mueve por la falsa ilusión de que somos alguien» y el segundo: «Todo está resguardado bajo la cháchara y el ruido, el silencio y el sentimiento, la emoción y el miedo, los demacrados e inconstantes destellos de belleza, la decadencia, la desgracia y el hombre miserable». Otro amigo, coreano de adopción, Urbano, me presentó al filósofo surcoreano y casi berlinés Byung-Chul Han, posiblemente uno de los más influyentes en la actualidad, quien acaba de publicar ‘La sociedad paliativa’. Dice que vivimos en una sociedad anestesiada, en una falsa positividad, bajo la presión del éxito, en la fobia al dolor que lo hemos convertido en sinónimo de debilidad, en la utopía de la felicidad continua, en un optimismo ingenuo que parchea efímeramente nuestras disfunciones. Y, en este disparate, rechaza la digitalización de la vida y la servidumbre consentida. ¿Les suena? Yo creo que hay demasiada charlatanería en el ambiente, que nada cambia, que la dirigencia política está cómoda en el discurso que ni ellos entienden, pero me duele que, si algo es bueno para todos, lo rechacen por intereses particulares, partidistas o ideológicos y, me duele más aún, que traten de evitar un frentismo que luego bien que permiten o enriquecen en otras geografías. Ya si eso, lo de comer, dormir y lo otro, nos lo apuntamos nosotros, a no ser que también quieran enredarlo.