Hoy la bruma no deja ver el horizonte, ni siquiera roto por la luz del faro de Seguin. Es temprano, aunque en España, mi padre apura el melón que deja la boca áspera y sabe a siesta. Se oye, detrás de su voz, el ventilador en el techo y el calor. Y la niebla, con su pizquita de nostalgia, cayendo, sobre la baranda, amortigua las horas y se posa sobre los árboles, haciendo un nido. Los barcos se oyen como si estuvieran lejos, detrás del telón. La mesa amanece mojada, sobre la madera del suelo, los charcos reflejan el cielo blanco, un pie, descalzo, encuentra el primer escalofrío. Hay un íntimo regocijo en acomodar el cuerpo en la ropa de alguien que amas. Un jersey que cubre los muslos, una bata de franela que abriga hasta los tobillos y su olor, confundiéndose con el tuyo. Las hechuras, blandas de uso y de costumbre, lejos de rebelarse, reconocen, identificando la silueta, como si colocaran la pieza del puzzle. El envés del abrazo, el reflejo del otro. Amparando. Como el café. Suena el molinillo y reconforta la mañana, sin esperar siquiera a que hierva. Los arándanos dejan sangre azul en los labios. Se inspira la sal, el oxígeno, la V perfecta del vuelo de los gansos, el amor, la espuma que cuaja sobre una hoja, la casa, la calma. Todo emborracha los pulmones, sonriéndose. Hay que insistir para que alguien del sur crea que hoy también es día de playa. Sin convencimiento, se suben las solapas, se cierran cremalleras, se protegen los oídos, y el acto de fe recompensa con creces, salpicado de belleza. Una acuarela emborrona el fondo del paisaje. Se mezcla la pincelada del abeto, de la arena, del agua. Los paseantes se saludan, los playeritos blancos corren con pasos diminutos, con movimientos de juguete de cuerda, persiguiendo su sombra. Un joven espera la ola perfecta; resignado, se va cuando descubre que no llegará nunca, que ella solo vive para las rocas. Se aleja, cabizbajo. A su espalda, la oye estamparse, derramada, dichosa. De vuelta, el fuego se enciende sabiéndose superfluo, casi un adorno, un alivio para los destemplados, como una ducha, tan caliente que parece quemar la piel y desvelar mensajes antiguos dejados en el vaho del espejo, dos copas de vino, una sopa. Y la música, ascendiendo, hasta alcanzar la noche, temprana, dulce, confiada.