En resumidas cuentas, ya va siendo hora de acabar con esta serie, ¿qué aportaron las campañas sistemáticas de excavación de fines de los setenta y principios de los ochenta del siglo XX al conocimiento de nuestra Alcazaba? En términos de reconocer la potencia del yacimiento pudimos poner sobre la mesa las etapas culturales anteriores a la fundación árabe. Sin que se agotara el fondo arqueológico del sitio, ni mucho menos. La superficie arqueológica rebasa los límites del recinto amurallado: la del primero y la de sus sucesivas ampliaciones históricas. Hubo, sin la menor duda, y así quedó documentada, toda una sucesión de asentamientos prehistóricos, desde el Bronce Medio hasta el gran y rico poblado de la Segunda Edad del Hierro, antecesor de la conquista romana de Hispania y de la asimilación de toda la región. De hecho, se fue romanizando, pero acabó por desaparecer –finales del I, comienzos del II d. C.– y su población acaso se trasladase a Augusta Emerita. El fértil alfoz no se despobló y parece haber sido muy bien explotado. En lo alto de la Muela dejó de haber una población digna de ese nombre.

Se ha discutido, no siempre con conocimiento y con argumentos de peso, sobre la existencia de una población más o menos grande en época romana, sin distinción entre lo altoimperial y lo tardoantiguo, pero a despecho de sus propagandistas –uno de mis primeros trabajos fue por esa línea; no creo haber acertado– nada se documentó durante las labores de excavación. Tampoco la epigrafía ha servido de testimonio favorable. Y algún difunto, exhumado en las cercanías, extramuros y mucho más tarde, sirve de argumento en contra. En Roma, donde había vivos no había muertos, y viceversa. Es incluso posible que la parcelación del territorio –la llamada centuriatio o centuriación– llevada a cabo por los colonos emeritenses llegara hasta el barrio de San Roque. Pero, por ahora, ahí se queda todo. Hallazgos sueltos son posibles. Un horizonte homogéneo sobre toda la superficie hace tiempo que lo veo muy difícil. Hasta ahí avanzamos en las fases preislámicas. Del período tardoantiguo hay poco que decir, pero se merecerá una reflexión porque las corrientes neosimonetianas siguen insistiendo.