Trescientos tápers. Son los que a diario reparten con comida caliente los dos comedores sociales que funcionan en Badajoz, en la calle Martín Cansado y en San Pedro de Alcántara. Cada uno atiende a una media diaria de 75 usuarios, que son el 50 por ciento más que los que acudían antes de la crisis sanitaria. Cuando comenzó la pandemia y el confinamiento, los comedores tuvieron que reinventar su forma de funcionar, porque sus responsables no dudaron en seguir prestando este servicio necesario e imprescindible. Sustituyeron las comidas en el interior de las instalaciones a mesa puesta por el reparto de bolsas en la calle, donde desde entonces hacen cola quienes no tienen otro recurso para alimentarse. No podían dejarlos abandonados a su mala suerte.

Ha pasado más de un año y los dos comedores sociales no han recuperado la presencialidad. Les gustaría pero no pueden poner fecha para recibir en el interior de sus instalaciones a sus usuarios. En Martín Cansado, que cuenta con más recursos en cuanto a espacio y personal, ya están viendo la manera de abrir sus puertas, para que los beneficiarios puedan comer cada día como lo hacían antes, sentados y en compañía. Están estudiando habilitar una entrada y una salida diferenciadas y la forma de aumentar las distancias. Pero por ahora Salud Pública no les autoriza la reapertura aunque, en la medida de sus posibilidades, la trabajadora social atiende presencialmente a familias y demandantes, con cita previa.

En el comedor de San Vicente de Paúl, en San Pedro de Alcántara, lo tienen más difícil. El espacio es reducido, no hay ventanas y tienen menos personal. Plantearse la presencialidad ahora no es una alternativa, aunque también querrían recuperarla cuanto antes. En ambos centros coinciden que Badajoz es una ciudad solidaria y que cuando lo han necesitado ha respondido a sus demandas. Pero ahora que todos estamos deseando volver a la ansiada normalidad y recuperar las condiciones que disfrutábamos en 2019 en distintas facetas de nuestras vidas, nadie da respuesta a los comedores sociales, cuyos responsables nunca han dudado en mantener el servicio a costa de su esfuerzo.

El confinamiento nos cogió con el paso cambiado. Nunca hubiésemos pensado que seríamos capaces de encerrarnos en casa tanto tiempo. En una situación tan extrema, había que buscar soluciones inmediatas a problemas acuciantes. Uno de los más complicados fue atender a las personas que vivían en la calle. En un tiempo récord el ayuntamiento, la Junta, Cáritas y Cruz Roja se movilizaron para encontrar un lugar donde alojarlos. Debió ser difícil. Pero se quiso y se hizo. Gente de tan distinta procedencia, condición y situación convivió durante semanas en el pabellón deportivo Las Palmeras, que se acondicionó como albergue provisional. Esta urgencia existía antes de la pandemia y la crisis sanitaria sirvió de acicate para que las administraciones diesen salida a una reclamación que las oenegés ya habían reclamado de manera reiterada. Concluido el confinamiento, quienes lograron ponerse de acuerdo para sacar adelante este recurso no podían desentenderse y pusieron en marcha el albergue de Bravo Murillo.

Han vuelto a clase los estudiantes de todas las etapas, Ifeba reanuda su calendario, los feriantes regresan a los municipios con sus atracciones y hasta Los Palomos anuncian su regreso con actividades adaptadas a la situación sanitaria. Si estas puertas se abren, debería ser una prioridad que los comedores sociales también recuperen la presencialidad y que las instituciones que han mantenido su actividad contra viento y marea se sientan escuchadas y respaldadas, sin tener que seguir mendigando ayudas para continuar su labor, para que no llegue el día en que el problema no sea la presencia sino su ausencia.