Soy español, extremeño y de Badajoz y nada de eso me genera una pasión desorbitada ni un rasgado de vestiduras ni una llamada a las trincheras. Soy europeo y creo que Alemania y Ángela Merkel han hecho más por nosotros que toda la recua de dirigentes que hemos tenido en este país en cuarenta años. Soy cristiano, progresista, liberal, socialdemócrata y creo en la revolución de la libertad, la igualdad y la fraternidad, aunque pienso que quienes más y mejor socavan esos principios fundamentales de la democracia y el Estado de derecho son una amplia mayoría de los que viven de ellos, es decir, una clase política instalada en el partidismo más obsceno, en la supervivencia más maniquea y en la manipulación más descarada. No soy monárquico, pero si la alternativa es una república remedo de aquella que nos llevó al desastre, mejor quedarnos como estamos. Soy del Atleti, de Ford, Capra, Berlanga y Garci, de Steinbeck, Auster, Zweig, Larra, Baroja y Galdós, de Hooper y Aute, de Hotel California y Miguel Hernández, pero el hecho de que algo me guste no quiere decir que esté dispuesto a iniciar una guerra por defender aficiones, ideales, preferencias o pasiones porque nada hay que justifique la violencia, el cuadrilátero social o el menosprecio del prójimo. Las ideologías, el partidismo y todos esos ismos perversos tan de moda solo son el disfraz del postureo, de la mediocridad, la ignorancia y la incapacidad. La realidad está fuera de los panfletos, de las redes sociales y de los medios, no camina sobre moquetas ni viaja en coche oficial. La realidad nos está desangrando mientras unos pocos siguen manteniendo una historia oficial de cartón piedra. Mientras dura el circo, olvidamos la miseria que nos envuelve, el engaño que nos alimenta y la falta de futuro que se dibuja. He arrojado la toalla, pero no por pesimismo, sino por exceso de desinformación, por los argumentos de quienes hablan por encima del hombro y tomándonos por tontos y porque sé que estamos en una tierra sin suerte. Una tierra maldita, extrema, abandonada por todos, sin capacidad de influencia o presión. Tenemos mucha dignidad, pero seguimos siendo aquella tierra sin pan de Buñuel, aunque, ahora, con la ayuda de una clase política que solo amplifica nuestras miserias y nos retrata como sociedad: conformistas, olvidadizos, serviles, una sociedad narcotizada por charlatanes. No, no es un mal solo extremeño o de los extremeños o en Extremadura, lo que sucede es que aquí somos pobres, necesitamos de la solidaridad de los demás, nuestros impuestos no llegan, las ayudas europeas siempre son las sobras y los gobiernos de España nos miran de reojo. ¿Extremeñismo? A seguir tragando, que es lo que toca. Y las protestas con la boca chica, cuando toquen, si tocan. El optimismo son hechos, no ruedas de prensa.