El verano azul que nos retrató Mercero a principios de los 80 nos llevaba por Nerja, Vélez-Málaga, Motril y Almuñécar, donde se sucedían historias juveniles en días de sol y playa que duraban una eternidad. Aquellos veranos eran de repuesto porque no todos teníamos la oportunidad de unas largas, cálidas y divertidas vacaciones a nivel del mar (la serie se asemeja a la película ‘Verano 70’, en Benidorm: las madres en la playa, los padres yendo y viniendo a Madrid y la prole construyendo recuerdos para toda la vida) y, como mucho, sin internet, videoconsolas, redes sociales y apenas un canal de televisión, hacíamos de la calle nuestro territorio, noches de cine de verano en la terraza del López o la plaza de toros o el Santa Marina y pocos más, las piscinas privadas, los que podían, porque las públicas llegaron muy tarde, algún pantano (Piedra Aguda) y, por supuesto, el Guadiana (Gévora, las Crispitas, el Pico, el Rincón de Caya, al lado del puente de la Universidad o la playa frente al embarcadero: sí, lo confirmo, muchos niños de entonces nos bañamos en el río, aunque ahora parezca un imposible). No olvidábamos los libros, por entretenimiento o por obligación, que algún suspenso por ahí había, ni los campamentos en Redondela, Chipiona o Denia, que eran otra maravillosa opción y, ya entrando en materia, ligar, si se nos ponía a tiro. Amores de verano como en ‘La gran familia’ o el no tan tierno de en ‘Novio a la vista’, casi tan dramático como el de ‘Los pájaros de Baden-Baden’ o ‘Nubes de verano o en Amor a la española’, donde López Vázquez rozaba el milagro en Torremolinos ligándose a la sueca de turno algo que, por cierto, hacía muy mal en ‘El turismo es un gran invento. Desde luego, éramos más de ‘Historias del Kronen’ -los ochenta largos- o ‘Barrio’ (aparece el sueño del español medio de ir a la playa en verano, como en ‘Manolito Gafotas’ que, finalmente, llega a la Malvarrosa), de ‘Tierno verano de lujurias y azoteas’ o ‘Tapas’, de ‘Mujeres al borde de un ataque de nervios’ o ‘La ley del deseo’, un veraneo urbano, reciente o pasado, estilo ‘El camino de los ingleses’, frente, por ejemplo, al rural de ‘Verano 1993’ o al complicado de ‘Manolo la nuit’, también por Torremolinos u ‘Objetivo Bikini’, en Marbella, o las extenuantes Formentera de ‘Lucía y el sexo’ o Denia de ‘Son de mar’, aparte los Rodríguez, que siguen existiendo, de ‘40 grados a la sombra’, ‘Tres suecas para tres Rodríguez’ o ‘El cálido verano del Sr. Rodríguez’. El problema es que los ‘Días azules’ terminan. Un día, aquellos veranos se esfuman, se pierden en el tiempo, como se perdieron los amores, la familia y el olor a felicidad que uno ya no recuerda. Solo queda el sabor a sal, algún beso robado y el infinito de azul del mar.