El comienzo de la excavación suponía también un reto. Todavía no estaban claros, al menos en España, los conceptos que hoy definen la actividad arqueológica en contextos urbanos. La doctrina, meridianamente clara en nuestros días, la estábamos creando en la Alcazaba de Badajoz y en otros lugares semejantes. ¿El trabajo debía limitarse a certificar lo que las fuentes escritas afirmaban? ¿Fue un fracaso la primera campaña de 1977? Para la erudición local, sí. Y para algún colega envidioso y egocéntrico, también. No apareció ningún resto equiparable a la Alhambra y no digamos a Córdoba. El director, demasiado prudente -pero no equivocado- abrió los sondeos de modo excéntrico, con evidente riesgo político de cercenar la continuidad de las investigaciones. Buscó detectar, pero no dar de lleno en hallazgos imposibles de gestionar, por interpretación o conservación. Era obvio que la fortaleza, sometida durante siglos a un proceso de relleno, debía esconder mucha información sobre la historia de la propia ciudad. No solo sobre su etapa árabe, ni sobre el exclusivo solar de los aftasíes. Y así fue como dimos en documentar rasgos impensados de su pasado.

Desde la Prehistoria a la Guerra Civil de 1936/39 habían quedado vestigios, muy sueltos. A veces incomprensibles, pero significativos a más no poder. Porque Badajoz también tuvo su Edad Oscura, muy anterior a su fundación histórica sobre suelo vacío -no virgen- por los árabes musulmanes. Recogimos cerámicas del Bronce Medio y, por primera vez, fragmentos de eso que se llama «retícula bruñida» -una retícula negra espatulada y brillante-. Los expertos la relacionan con Tartesso, pero con un estilo más «provinciano». Y ahora, parece increíble no haberlo predicho, restos de la Guerra de la Independencia. Llegamos tan profundo en la parte más alta del yacimiento que el Corte 1 hubo de concluirse en la segunda campaña. A los 4 metros de profundidad afloraron en desorden varios esqueletos. Trozos de armas y briznas de uniformes, chapas de chacó y una moneda de oro -ocho escudos de Carlos III, acuñada en México-. Un robo sin duda. O sea, estaban aflorando piezas históricas, pero había que ordenarlas. Ya digo, para mí un éxito. Había avances.