Hace calor. El ventilador del techo invita a la siesta. Ni siquiera se oye a los pájaros. Las copas de los cinamomos se quedan con toda la sombra para si, la tierra, a sus pies, mendiga un filito de alivio. La maleta abierta sobre la cama. Un vaso largo de agua fría. El costado de la botella apacigua la frente, el batiburrillo de nervios en el estómago. La cafetera ronronea, casi silba a borbotones, un poco de despertar. Comienzo por elegir músicas, y pensar en libros . Abro el cajón de los cuadernos y elijo uno con las tapas blandas, verdes, que reproduce la portada de ‘Hojas de hierba’ de Whitman . Y un boli de tinta color helecho que encontré en una papelería del Soho. Sonrío porque sin mover un dedo aún, sin pintar, ni escribir, el paisaje se va dibujando. Anda dibujándome ya, en camino. Mi destino asoma el dedito tras las horas, pesadas como un telón, moviéndolo con un ven, ven. Es un destino en minúscula, sin carga dramática, sino solo una sencilla cruz en el mapa. Bordada. En mí. Con puntadas largas de amor y alegría. Empecé por Willie Nelson, siguió Norah Jones... Cuando llegó Johnny Cash, solo tenía doblados un par de vaqueros. Siempre prefiero escribir, y eso la lista lo sabe, y se crece, y se extiende, se va torciendo al bies de las páginas con cosas que no debo olvidar, el pasaporte en negrita y subrayado, el documento de la vacuna..., y entre líneas, como si fueran escritas con tinta invisible, se adivinan las cosas, los lugares, la gente que, a la vuelta, vendrán conmigo, lo que ya nunca podré olvidar: La Estrella del norte, que los esclavos seguían para alcanzar la libertad, sobre la última aguja de un abeto. El escalofrío del agua que llega hasta los pies después de un invierno de años. Música de Cámara con perfume a heno, izándome, hasta las vigas de un granero, escapando, leve, como una brizna. Un castor en la orilla del lago, detenido, mirándote, antes de sumergirse de nuevo en un cuento. Un quilt cosido por mujeres de hace cientos años arropando la caída de la tarde. Una verbena con las canciones que ahora escucho y que se bailan con botas de cowboy, con una carcajada y una cerveza en la mano. Saludar al musgo sobre las piedras del bosque, con la mejilla, acariciándole , diciéndole bajito, cuántas cosas han pasado fuera, en el mundo. Las mañanas perezosas en la cama y el sol y la calma, feliz, en la cara. La maleta y la puerta cerradas. Los ojos. El cuaderno. El camino. Mi corazón. Abiertos.