El Solsticio llega con el calor debajo del brazo y nos convoca, a la calle. Fuera, venga. Salimos . El cielo de Badajoz está en su punto justo de azul y sus nubes son perfectas, como el papel pintado de ‘Toy story’. Asomarse desde la Alcazaba a Guadiana . Y decirle hola. Tu no eres como el Duero de Gerardo Diego, corazón, tu bajas acompañadito, hacia el sur, llevándote los suspiros de los enamorados que se te acercan al caer la tarde. Las golondrinas te dibujan la silueta , en el aire de su vuelo, salpicadas de ti. Y entre arrullos te vas y te quedas. Y te vas. suave, falando, a veces, portugués, hasta Ayamonte, tarareando una copla de Carlos Cano. Cuidar de donde pisas para que los tacones pintureros no encallen en los adoquines, y a la vez buscar un retrovisor para pintarse los labios, para ti, para saberse de fiesta, aunque sea debajo de la mascarilla. Enderezarse y estirarse la falda, y colocarse el mechón detrás de la oreja, y mover la cabeza para sentir que los pendientes de coral bailan como los ojos de Marujita Díaz. Y cantarse por lo bajini y quedarse en suspenso un segundo, al llegar a la Plaza Alta y pensar, mira que es bonita. Sube la bulla desde debajo de los toldos, al compás de los botellines de cerveza, que chocan y ríen con ganas de reencuentro. Por eso vas saludando a cada poco. Ya no se dice, cuídate. Ya no preguntamos por la familia, ni por los trabajos, ni por las dificultades, ni por la soledad. Apretamos el gesto y decidimos olvidar a la muerte. Y ven que te abrace que ya estoy vacunado. La alegría se respira y suda y se pega a la camiseta y no nos importa nada. Te encuentras a Sixto, con su gorra de capitán y su camisa floreada que te cuenta en la esquina, lo que le va a pasar al personaje de su próxima novela. Y yo le miro, sin confesarle que me gustaría que me contara de Torremolinos y de la calle Encarnación y de su chiringuito en el rio, que quisiera escribirle, encajar su ternura resabiada, de niño grande, en un cuento pequeño. Me besa la mano y se va a casa, porque no le gusta la noche. La noche que se queda toda, todita toda, hasta que echen el cierre, en El Silencio. Siempre engalanado y ahora, guapo a rabiar. Por eso te sientas un rato bajo los farolillos en flor, y espantas los sofocos con un Verdejo bien frío y un abanico que rasga las horas a golpe de muñeca, con un ras, ras, flamenco y un «qué te cuentas», de cualquiera, que hace mil años que no ves. Casi con la certidumbre de que sin llamar siquiera, pasará Ramón, Yolanda , Julián... y que quizá alguien saque la guitarra, y una gitana guapa pestañeé y la miremos , extasiados, como a un Julio Romero de Torres. Y brindemos por la vida. Porque estamos en Feria. Y se respira San Juan.