Terminó el pleno extraordinario en el Ayuntamiento de Badajoz. Quien había sido durante ocho años y tres meses alcalde, Francisco Javier Fragoso, acababa de presentar su renuncia para cumplir el pacto de alternancia que el PP firmó al inicio de legislatura con Ciudadanos. Acabó la sesión, que se preveía emotiva, por ser de despedida de alguien que ha dedicado 26 años a la política municipal, con sus aciertos y sus errores, pero con dedicación exclusiva. Fragoso recibió en el mismo salón donde ha ejercido de presidente durante ocho años y tres meses el aplauso de su grupo y de Cs y se marchó, acompañado de su familia. Salía del palacio consistorial por la rampa de la izquierda que conduce hacia la calle San Juan. Iba con su madre, su hijo y su mujer. En ese mismo instante, cruzaba la plaza de España en la misma dirección el portavoz del grupo municipal socialista, Ricardo Cabezas, que momentos antes, durante el pleno, había protagonizado los instantes de mayor acritud de la sesión, al optar por un discurso repleto de insultos con los que no solo criticó la acción política, sino que empleó improperios personales que a quienes los escucharon les parecieron fuera de lugar.

Cualquier otro día tal vez no hubiesen chirriado. Desgraciadamente es el tono habitual con el que ambos se tratan en los plenos. Pero el de la renuncia no era el lugar ni el momento para este vociferio. Tal vez era el día de enumerar reproches políticos como manera de hacer balance, pero de culminar la alocución con los mejores deseos de una mejor vida en lo personal. Como hizo la portavoz de Unidas Podemos, Erika Cadenas, sobre la que no existe la menor sospecha de connivencia con el equipo de gobierno, al contrario. Pero en la vida y en la política hay que saber estar y saber callar.

Tras ese poso amargo que dejó su intervención en el pleno, que los concejales socialistas abandonaron en silencio, mientras la bancada de enfrente brindaba un aplauso de despedida a Fragoso, caminaba Cabezas en dirección a la calle San Juan. El destino les daba una penúltima oportunidad sin apenas testigos. Estaban a pocos pasos para encontrarse. Expectación para ver cuál sería la reacción de cada uno entre quienes observaban la escena a la altura de la escultura de Luis de Morales. Y en ese preciso instante, un gran camión de reparto, de color amarillo intenso, de productos Matutano, se cruzó entre el posible tropiezo y quienes aguardaban ser testigos de su reacción. No pudo verse. El camión de Matutano lo impidió. Impidió ver la escena. No impidió el encuentro. Porque no lo hubo. Ni se miraron. Seguro que se vieron a medida que se acercaban. Ni reaccionaron. Se ignoraron sin dejar de verse.

No es exagerado afirmar que Fragoso y Cabezas se odian. Es lo que demuestran. Su enemistad personal es manifiesta. Lo suyo excede del desencuentro político. No solo no se llevan, sino que se llevan muy mal. Esa mala relación irreconciliable se traduce en comparecencias públicas en las que ninguno de los dos elige con mesura sus palabras. Se ponen a caldo y a caer de un burro convencidos de que tienen todo el derecho y suficientes razones para insultar al otro. Esta semana ambos se excedieron. Se excedió Fragoso cuando compareció el lunes en las Casas Consistoriales, acompañado de varios concejales y alcaldes pedáneos, para arremeter contra Cabezas con la excusa de un auto de la Audiencia Provincial. Se excedió, y mucho. Al día siguiente estaba previsto el pleno de la renuncia y Fragoso debía saber que Cabezas no iba a quedarse callado ante semejante envite. El portavoz socialista cayó confiado en la trampa y reservó bilis para la despedida, en la que no escatimó en disparates. Por muchos motivos que Cabezas crea tener para expresarse como lo hizo, se extralimitó. Se erigió en actor principal de la renuncia de Fragoso y se pasó de la raya. No midió. Quiso ser protagonista de la despedida del alcalde y lo consiguió. Para mal.