Una triste pena que la decisión del Ayuntamiento de Badajoz de dedicar una calle concreta, la avenida Villanueva, que tantas veces recorrió caminando a diario, al que fuese su alcalde durante 18 años, Miguel Celdrán, haya tenido que aprobarse con polémica. Tengo la esperanza de que la mayoría de los ciudadanos no siguió en directo el último pleno ordinario de la corporación municipal, donde se adoptó esta decisión, y evitó presenciar el bochornoso espectáculo que ofrecieron nuestros representantes políticos. Unos más que otros. Unos muchísimo más que otros. Los únicos que se salvaron fueron Ciudadanos y Unidas Podemos, pero ni los populares ni los socialistas supieron estar a la altura en este asunto en el que emplearon un tono y unos argumentos que a Celdrán habrían avergonzado.

Con razón el portavoz del PSOE, Ricardo Cabezas, comenzó su intervención reconociendo que no se sentía «cómodo» con este debate, consciente de que la postura de su grupo no iba a ser bien entendida. Hubiese sido intolerable que dijese que iba a disfrutar con semejante discusión. Miguel fue y es una persona querida. La cantidad de cariño, aprecio o admiración que se profesa a una persona es difícil de evaluar, salvo por los gestos que reciba de quienes se los brindan. En el caso de Celdrán la prueba irrefutable fueron sus cinco mayorías aplastantes. No hay mejor encuesta para medir el apoyo de sus vecinos y es incuestionable. Tendría sus detractores, por supuesto. Cuando alguien está tan expuesto públicamente las críticas también son más visibles. Pero Miguel era una persona muy querida. Por eso la decisión del PSOE de oponerse a que la avenida Villanueva lleve su nombre no se sostiene fácilmente. El mejor argumento es el trastorno que el cambio supone a los residentes. El propio Celdrán y su sucesor, Francisco Javier Fragoso, siempre se han opuesto a modificar las denominaciones de calles por esta razón de peso. Pero la ocasión lo merece. El PSOE podría haber expuesto este motivo y, a pesar de ello, apoyar la propuesta, que llegó al ayuntamiento avalada por más de un millar de firmas. Pero los socialistas no se quedaron ahí. Tenían que hacer sangre y a Cabezas no se le ocurrió otra que desacreditar a los firmantes, por ser buena parte de ellos del PP. Utilizó un juego de palabras diciendo que más que una iniciativa popular era de los populares. Aún más, aseguró que ha tenido la santa paciencia de comparar las rúbricas y que muchas se repiten. No puede ser verdad que alguien se dedique a mirar una por una tantísimas firmas para invalidarlas y menos aún se puede permitir que se desprecien porque están vinculadas a un partido político, como si la afiliación de una persona o su carnet restasen credibilidad a su posición.

Cabezas no estuvo a la altura, aunque tenía razón cuando reprochó a Fragoso que a Celdrán le hubiese gustado que la propuesta llegase al ayuntamiento consensuada. Toda esta polémica podría haberse evitado. Ni los promotores de la recogida de firmas tuvieron a bien acercarse a los grupos de la oposición para recoger su apoyo, ni tampoco el alcalde buscó el acuerdo antes de someterlo al pleno. De haberse hecho, quizá se hubiese sopesado la idea de Unidas Podemos de dedicar a Celdrán la plaza de Conquistadores, en cuya esquina se va a colocar su escultura, y causa menos trastorno porque hay pocos residentes. Nadie les preguntó y la iniciativa se discutió sin pulir. Ni populares ni socialistas demostraron generosidad ni altura de miras en esta cuestión que debía estar muy por encima de posicionamientos políticos. A veces es preferible lavar los trapos sucios dentro para que lleguen al tendedero público sin manchas. Menos mal que los nombres de las calles trascenderán a nuestros políticos y cuando los que ahora nos representan ya no estén, la que fuera avenida de Villanueva seguirá siendo de Miguel Celdrán, que siempre será recordado por todos los que la transiten.