Entiendo que Amancio Ortega ya no dirige el imperio económico que fundó con mucho trabajo y lo han convertido en uno de los hombres más ricos del mundo. Aplaudo las iniciativas de su fundación por llevar auxilio social y sanitario a diversas instituciones públicas y privadas. Es elogiable la expansión de sus firmas por todo el mundo. Sé que ahora lideran Zara tiburones de las finanzas que analizan balances económicos, ganancias, pérdidas, objetivos y proyecciones de futuro y, por esa misma razón, toman decisiones en despachos que determinan la vida de miles de personas normales que viven vidas normales. No me cabe duda de que el comercio electrónico está haciendo añicos al tradicional y de cercanía, prácticamente en todos los sectores del consumo y que eso ha convertido, por ejemplo, muchas tiendas de Zara en meros espacios de devolución de productos comprados previamente por internet. El mundo está cambiando en todos los órdenes, esencialmente en el de la empresa, la inversión y el empleo. Los eres, los ertes, las pensiones, el gasto descontrolado, la distribución, el déficit, los salarios, la productividad, el posicionamiento de producto, en fin, cuestiones que preocupan a los dirigentes y el aleteo de esa mariposa que acaba revolucionando economías domésticas. Pero toda esa conjunción de claves que se alinean en torno a las grandes empresas, incluso todas esas otras empresas que llegan nuevas y que nunca sustituirán a las que se marchan, no pueden paliar el daño, el dolor y la incertidumbre que genera un solo cierre comercial en toda la comunidad. Ahora, ha ocurrido con Zara, en la calle Menacho. Es en este punto cuando las macro cifras, los ceos, las nuevas tecnologías y las estrategias no sirven absolutamente para nada porque se planta ante nosotros un problema real: personas que se quedan en paro, familias que cesan en sus trabajos, que dejan de tener ingresos y el miedo llega a sus hogares y toda una zona comercial antaño próspera y al alza, comienza a sentir el pánico, a verse muy cerca del precipicio. Aquí ya no sirven las explicaciones ni la resignación, ni siquiera el insulto, la protesta o la reivindicación. Una empresa hace las maletas, cierra y se va sin mirar atrás. No siente nada por los cadáveres que deja. Solo queda solidarizarnos con los que se van a la calle y esperar de las instituciones que sepan estar a la altura y que la transformación social y comercial que se está produciendo pueda alcanzar a los damnificados devolviéndoles la esperanza que ahora se les arrebata.