Dije sí, como podría haber dicho no, a la oferta de don Antonio Blanco, para excavar la Alcazaba. Así, a primera vista, era una tentadora –y una muestra de confianza– para un principiante. Suponía dirigir una excavación importante en un yacimiento casi desconocido. El tiempo se encargaría de confirmar hasta dónde esto era cierto. Pero había demasiadas expectativas. Las autoridades culturales se hacían unas suposiciones irreales. Alguno de ellos conocía muy bien el sitio por los libros de Historia y por muchas visitas. Pero, en arqueología, lo textual y lo aparente no siempre concuerdan con la realidad. Y está claro que pensaban encontrar allí el oro y el moro –literalmente–. Y ese moro era algo parecido a la Alhambra. Todavía no estaba tan claro que tuviesen en la cabeza la futura explotación turística de los hallazgos. En la actualidad y en Badajoz, hubiera primado el interés por favorecer la llegada de visitantes. El conocimiento científico e histórico hubiera sido lo de menos; a lo sumo una curiosidad. Hemos retrocedido.

Pero lo peor de entonces y de ahora, desde mi óptica, era que yo no sabía el jardín en que me estaba metiendo. Aquello era, como yacimiento arqueológico, demasiado extenso –a nadie se le había ocurrido todavía la bobada de la alcazaba más grande de Europa– y la logística de la excavación se aventuraba difícil. Y yo no tenía ni idea de los trámites necesarios para gestionar aquella empresa. De los precisos para contratar trabajadores y de las posibilidades logísticas de la ciudad. Parece increíble ahora, pero las bolsas de plástico necesarias para recoger los objetos tuve que traerlas de Madrid, y no fue porque no las buscase aquí. Es demostrable y quedan testigos directos. En algún momento pensé que me habían dado gato por liebre. Pero nadie –o casi nadie– lo había hecho con mala intención. Todo lo contrario. En realidad, no era normal haber ofrecido semejante yacimiento a un novato. Ahora comprendo: de los profesionales cercanos y oriundos, ninguno quería enfrentarse a un yacimiento medieval donde no iban a aparecer ni mosaicos romanos, ni ídolos prehistóricos. Y una muralla islámica no es un templo romano. ¿Dónde vas a comparar?