Lloré cuando el Betis tumbó al Athletic en la final de Copa de 1977. A los penaltis, que duele más. No sé si he vuelto a llorar por el fútbol. Al menos, no lo recuerdo. Son penas menores. Pero recuerdo aquellas lágrimas. Y tengo para mí que muchos niños lloraron en Badajoz después de esta derrota. Esas lágrimas me duelen más que la propia derrota. Lágrimas que les harán más fuertes, pero que nunca cicatrizarán. Lo otro, el fútbol, es cosa menuda cuando llora un niño. Niños que han vivido en sus casas, en las calles de su ciudad y en sus colegios una de sus primeras pasiones y que han sido atropellados, sorpresivamente, por el Viverazo.

El Amorebieta, con todo en contra, y contra todo pronóstico, pegó el Viverazo. Venían de víctima propiciatoria a la ceremonia de nuestros sueños pero no se sabían el papel. Se empeñaron en creer en sí mismos y en no tirar la toalla. Y nos dieron matarile. Con todo en contra. En el estadio del rival. Frente a la afición del rival. Y, una vez más, a despecho de la razón, David venció al Goliat. Vascos duros de roer… En Amorebieta los niños, nos queda ese consuelo, deben estar muy orgullosos de sus jugadores. Enhorabuena al vencedor... ¡Enhorabuena titanes! ¡En buena lid! Un equipo de gente que trabaja y estudia tumbó a otro de campanillas y algodones. Hoy, allá en el Duranguesado, a los pies del Amboto, estarán de vuelta a sus obligaciones; el pastelero a sus pasteles y el estudiante a sus libros. Y nosotros, en la agenda, descabalgamos a la Virgen de la Soledad y nos centramos en la Junta de Accionistas (ya se sabe, para ampliar capital por el socorrido subterfugio de convertir deuda en más capital). Capital… A eso ganamos. No creo que los niños lo entiendan… Y no seré yo quien trate de explicárselo…

Pero sea como fuere, hemos sido felices. Nos han hecho felices. Ha sido una temporada soberbia. El Badajoz, nuestro querido y entrañable Club Deportivo Badajoz, ha sido una apisonadora. No recuerdo una temporada semejante desde aquellos años del barro. Pero faltó Copito. O la suerte de Copito. Faltó una mijina, no más. Faltó nada. Y nos faltó, de golpe, todo.

Como un mal augurio la tribuna central, la reservada a la Federación estaba casi vacía. Un mal augurio, por no llamarlo un atraco a punta de pistola sea la Federación, la normativa UEFA o el sursuncorda. Una puñalada en el corazón del estadio. Desterrados de nuestro propio solar, dicho sea de paso. Faltaban los señoritos, pero estaba la gente, los niños, los padres... Latía el pulso de la afición. Confiábamos en la victoria… Hasta que vino el infarto…

Ahora toca levantarse. En el giro de la rueda sin fin del fútbol toca volver a merendar esperanzas. Con calma. Sin fatiga en la espera. Es tiempo de gratitudes. A todos. A los jugadores, por supuestísimo. A los empleados, sin duda. A los aficionados, sobremanera. A todos, del primero al último. Del presidente al utillero. Al primero, por pagar la juerga de su bolsillo; al segundo, por seguir siendo, en su humildad soberana, el primero. Y, ¿por qué no?, es tiempo de volver a la ermita de la Soledad, no para dar gracias por un título, sino para dar gracias por una temporada magnífica. Por lo de siempre: para recordar a los que se fueron y para enseñar a los niños que, se gane o se pierda, como la Virgen de la Soledad, somos blancos y somos negros. Y que las lágrimas no destiñen la fe, sino que la acrecientan y la hacen fuerte. ¡Ahora, más blanquinegros que nunca!