Una mascarilla que es un libro abierto anudado detrás de las orejas. Para protegerte del mundo hostil, del contagio iletrado, irrespetuoso, inhumano. Unos libros solapados con otros para formar un nido. Donde criar, donde crecer, donde sentirse protegida. Las páginas de un libro, blandas, acogedoras, abrazándote como un amigo. Cortázar en París, en un blanco y negro, lleno de luz. Las letras que se escapan de un libro, retratadas entre un racimo de Z voladoras, te recitan al oído las palabras que un poeta escribió para su amada, susurran ahora tu sueño. Mozart acompaña fotogramas cortos, rápidos, de mujeres que leen, y leen, y leen... No es Jo March, sino Louisa May Alcott, quien escribe bajo al ventana de su cuarto en Orchard House. Barquitos de papel que te hacen flotar, surcar mares y océanos, ríos tumultuosos, que te salvan de la tempestad. Tintín con Milú, viajan en tren por la Estepa, su libro y el tiempo se hace lento, con un chucuchu placentero, hermoso como una novela rusa. Avioncitos deshojados como el otoño, para dibujar estelas en el cielo, cabriolas de cuentos, biografías, de las que prender el trayecto, la hoja de ruta , para seguir la línea del horizonte y confundirse con ella , sin más coordenada que el deseo de más, de conocer, de saber, de escapar. Peter Pan y el país de nunca jamás donde leer sin horario, sin tener que abandonar el capítulo para trabajar, para poner la lavadora. Un ramillete de portadas del Newyorker, los libros como flores que renacen en primavera, los ojos ávidos de lectores tras cada ventana, indiscreta, en cada minúsculo cuadradito de cada rascacielos, la chica que lee en el metro y a través de la ventanilla ve como un chico también lee, y se miran y ... Un Macondo casi real, dibujado con tinta mágica. Un estudiante compra en The Strand un pin con una estatua de la libertad que enarbola un libro en lugar de una antorcha. Alicia descendiendo por un túnel cubierto de frases, de retazos de historias, donde agarrarse para amortiguar la caída. Un ejemplar del Gatopardo sobre el mármol del Café Florián, y el día se escapa en Venecia, enamorado. Nuestra Señora de los buenos libros, Santa Ana enseñando a leer a la Virgen, La Virgen del libro, de Botticelli... Imágenes que llegan el 23 de abril a mi móvil, a mi mail. Que mis amigos envían felicitándome. Felicitándonos. Imágenes cuajadas de mi historia, de mi misma. Mi propio santoral. Y el de todos los que ese día celebran, brindan, como si fuera su cumpleaños, entrando en una librería, comprando un libro para empezar esa misma noche. Que nos transporte hasta otro 23 de abril, sano, libre, transitado entre casetas, entre escritores, entre el barullo alegre de las colas de firmas de libros. Leer hasta que se nos cierren los ojos, hasta que su historia nos lleve, a un lugar seguro, con un beso de buenas noches y de esperanza.

*Abogada