Ignacio Gragera alcanzará la Alcaldía de Badajoz sin mácula. En los casi dos años que lleva en el ayuntamiento, al que llegó de nuevas, como sus tres compañeros de grupo, no ha alzado la voz y cuando lo ha hecho ha sido con demasiados rodeos. No es que no hable -lo hace por los codos y, como abogado que es, no escatima en retahílas- sino que no la levanta por no generar polémica. Siempre responde, pero bajando el tono. No se achanta ante los reproches de la oposición, aunque no se da por aludido y prefiere parar el golpe sin devolverlo. Está esperando su turno, aguantando el tipo sin responder a las provocaciones.

Aguarda a que el alcalde del PP, Francisco Javier Fragoso, le pase el testigo para ocupar la alcaldía pacense con el único y gran mérito de haber convencido al PP para alternarse el bastón de mando, a pesar de su escaso respaldo electoral. Mérito que no desmerece, pues que un nuevo partido con una candidatura de recién llegados gobierne en el mayor ayuntamiento de Extremadura no es moco de pavo. Ciudadanos y Gragera van a tener dos años por delante para mostrar lo que quieran demostrar en política. No puede haber mejor escaparate para promocionarse, darse a conocer y a querer. Por eso Gragera no se inmuta ni protesta. Se aferra al sillón de portavoz soñando con que otro de respaldo alto lo aguarda. Un sillón más grande y más expuesto. Ese era su gran objetivo y el de su partido, que cuando vio que había posibilidades de llegar a la alcaldía aprovechando las disputas de sus contrincantes, no dudó en negociar hasta el último momento, a dos bandas, para conseguirlo. Entraron por la puerta de atrás y quieren salir por la grande, aunque sea a costa de hacerse los sordos y de repetir una y otra vez la letanía de que ellos han llegado al ayuntamiento para trabajar y nada ni nadie los va a entretener con frívolas polémicas que puedan despistarles de su gran objetivo. 

Cualquier otro habría dado saltos de alegría y brindado con Vía de la Plata al saber que no tendrá que hacerse la foto con Vox el día de la investidura. El único concejal del partido de extrema derecha, Alejandro Vélez, ha renegado de las siglas que lo ensalzaron al podio municipal y será no adscrito, aunque de sobras es conocida la adscripción que caracteriza sus discursos.

Ciudadanos repudió un pacto a tres al principio de la legislatura, aunque gracias al partido de Santiago Abascal gobierna quien gobierna en Badajoz. Pero Vox ya no tiene representación municipal porque así lo ha querido esta formación, que lleva meses empeñada en deshacerse de Vélez y de sus dos asesores. Gragera puede darse por contento porque, sin comerlo ni beberlo, aunque disfrute de la fiesta como el que más, no tendrá que aparecer con Vox. Vox ya no existe en el Ayuntamiento de Badajoz. Pero Gragera no se inmuta ni protesta, ni da muestras de alegría. Hace como que sigue a lo suyo y que ya se verá cuando llegue el día con qué apoyos cuenta. Por si acaso, no abre la boca para no meter la pata y molestar a quien no debe. Habrá brindado en la intimidad. No lo sabemos. Públicamente cumple su papel de político que no se arrima por no mojarse, que no come por no mancharse, que no se desmelena por no salir trasquilado. Solo en una ocasión lo he visto revolverse. Fue en defensa del comercio local y en contra de las estrictas medidas sanitarias que mantenían clausuradas las tiendas. Es el concejal de Comercio. Pero, rápidamente, Fragoso le paró los pies y suavizó sus requerimientos, alegando que la autoridad sanitaria era la que marcaba el criterio y sus decisiones se debían dar por buenas. Había demasiado en juego. Pocas veces ha sacado Gragera los pies de tiesto. Ni siquiera con el revuelo nacional que sufre su partido se ha dado por aludido. El candidato de Cs se ve desde hace casi dos años sentado debajo del cuadro del rey Felipe VI y hasta que ese momento llegue no va a salirse del camino marcado, cuando está a punto de alcanzar la meta.